NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

ALARMA (2ª parte)




Sirvo, en dos vasos de tubo, el vino rosado y aromático de una botella de reconocida marca comercial.  Sé dónde está todo porque en la cocina, cómo no, hay también una cámara. Lo que no encuentro es aceituna ninguna. Descarto gritarle la pregunta. Tomo los dos vasos y me dirijo al salón. Allí no está.
Me acerco a la salida al porche, y a través del vidrio veo el conjunto de sillas y mesa de mármol del que disfrutan las noches de cielos despejados.
¿Dónde se habrá metido?
Dejo los vasos en la pequeña mesa del salón y saco el móvil de mi chaqueta volviendo a activar el sistema.
Tengo la intuición de que sé dónde está. Y acierto: en la habitación.
Sentada en la cama, mirando a la cámara. Con una mano, indica que me vaya a sentar junto a ella.
Sonrío, vuelvo a desactivar el sistema, tomo los vasos y voy escaleras arriba.
—No encontré las aceitunas —digo cuando llego ante la entreabierta puerta y me dispongo a usar mi pie.
—Pues aquí no vengas sin ellas. La aceituna es imprescindible para mí. Están en el armario bajo del que cogiste los vasos.
Su voz, tras la puerta entreabierta, tiene un tono sensual que me electriza.
—Yo... Pero ¿dónde dejo esto? —pregunto mirando los vasos que llevo en la mano.
—Tampoco pesan tanto.
Me encojo de hombros y regreso escaleras abajo.
Abro el mueble y allí encuentro seis latas de aceitunas. Abro una, me como varias, y echo dos en cada vaso.
Arriba abro la puerta y la encuentro sentada en la cama, con las piernas cruzadas y sus pies descalzos. Hago lo mismo a su lado y percibo su perfume herbal.
Todo lo que hablamos por teléfono, no sé qué nos pasa que no encuentro tema de conversación al estar frente a ella. Pero no soy el único. Le di el vaso y desliza la yema del dedo índice por el borde. ¿Nerviosa? ¿Aburrida?
No da ni un sorbo. Me levanto, tomo su vaso y llevo los dos hacia una cómoda. Los dejo encima de un plato de hojalata antiguo para que no quede marca sobre la cara madera del mueble y regreso hacia ella.
Me quedo de pie frente a sus rodillas y me mira. Mezcla de deseo y dubitación.
Extiendo mis manos y las toma. Yo querría levantarla, pero tira de mí y me caigo sobre su cuerpo. Percibo en mi nariz el olor de su desodorante. Mi cabeza oye sus latidos acelerados. Mis oídos están atentos a su respiración, la cabeza se mueve con su pecho arriba y abajo, con cada inspiración y expiración.
Nuestras manos han quedado unidas sobre la cama, cada uno, con los brazos en cruz. Las suelto y coge mi cuello, dándome a entender que estoy muy abajo para lo que quiere, que es que la bese. Me deslizo sobre ella y mi cuerpo arruga su falda hacia arriba.
Nuestras bocas chocan con ansia, nuestros labios se abren y nuestras lenguas intercambian sabores.
No puedo más y mis manos bajan hacia sus caderas, las cuales tienen un pequeño movimiento de lado a lado, meciéndose como una pequeña barca anclada a un puerto.
Abre sus piernas y mi pelvis se acopla a la suya. Descansa sus manos en mis nalgas y aprieta la carne haciendo que muerda sus labios y que nos quejemos haciéndolo mutuamente. Me pongo de rodillas entre sus piernas admirando la perlada piel de sus muslos. Está ruborizada y sudada por completo, el vestido se pega en la parte superior, en la inferior… En la inferior deja de tener prenda alguna mientras yo me deshago del pantalón y lo que hay debajo. Volvemos a juntar nuestras pelvis sin telas de por en medio.

Muchas gracias por pasarte. Esto es todo... ;) 

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ALARMA... (1ª parte)


 







Hace cuatro años que la conocí.
Y hace unos meses me la encontré por una conocida red social. Recuerdo aquel día, cuando yo tenía un perfil de empleo más bajo y fui a su casa de «alto estatus» para instalarle una alarma. Es más joven que yo, e iba... Fue en verano, en el sur de España, y ya sabemos el calor que hace en esa época. Salió a recibirme con un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Nada provocativo, pero es que ella da igual lo que se ponga que siempre estará imponente. Con ese halo de sensualidad, delicadeza y refinada clase.
Está y estaba casada. Y por dejar claro todo, aquel día ninguno de los dos se propasó por más que lo deseáramos. Ni siquiera le dí la mano. Perdimos el contacto y no nos volvimos a ver. Un par de cervezas más tarde, aquel día me marché de la casa donde vivía; con un pensamiento bien seguro, había encontrado a la mujer perfecta.
Sé que no tiene niños. Él no los quiere, según le dijo con tacto un día: «son un estorbo para los negocios». El «él», es un reconocido inversor financiero. Ella trabaja desde casa con temas de creación de contenido y comercio digital.
Por mi parte, le conté que al fin soy mi propio jefe. De una zona bastante amplia, el noreste de España. Que me establecí en la zona y que tampoco soy feliz en mi matrimonio. Estoy todo el día viajando y ya sabemos qué pasa cuando una de las partes no está mucho tiempo con la otra.
Me convertí en su confidente, en su paño de lágrimas, así como en su compañero de alegrías; en una especie de psicólogo al que consulta por teléfono.
Me dijo ayer que su marido estaría de viaje tres días.
Bajo su consentimiento, hace otros que la observo gracias a las cámaras.
Se lo dije ayer. Le dije que no podía más, que iba a verla. Le conté una excusa a mi mujer, que tenía un viaje de negocios —no se lo creyó, por supuesto, pues ella tiene «los suyos»—, y que volvería dentro de dos días. Me sonrío desde el sofá, donde lee y habla por el móvil sin prestar atención a nada más. Yo no tengo hijos tampoco, en este caso es «ella» quien lo decidió por puro egoísmo. Dejémoslo así, no quiero entrar en el tema.
Ahora mismo estoy a pocos kilómetros. No hay tráfico y hemos hablado hace media hora. Como buen profesional, sé dónde vive y conozco su casa de cabo a rabo. Ahora, quiero conocer su cuerpo de igual forma. Nos hemos masturbado, en la distancia, solo con las palabras. Increíble. Cuando a mí, la sangre no se me va a la entrepierna ni al ver a mi mujer desnuda.
En un semáforo miro el móvil y accedo al interior de su vivienda a través de las cámaras. En un primer momento no la veo. Pulso rápidamente los iconos de la pantalla hasta que la localizo en la habitación. Acaba de salir del baño. Con un conjunto de lencería muy sugerente y de tamaño ínfimo. Sobre la cama hay un vestido veraniego que se coloca por la cabeza de espaldas a la cámara. De repente se da la vuelta, se acerca y tira un beso. Se aleja diciendo a la lente, con la mano y el dedo índice, que la siga.
Tras de mí pegan varios pitidos.
El semáforo está verde, cambio a modo automático de nuevo y tiro el móvil en el asiento de al lado.
El pantalón empieza a incordiarme en la entrepierna.
Quedan metros, giro el volante y entro en la urbanización. Mi coche, con el reconocido logotipo de una de las mejores empresas de alarmas, no causará ninguna sospecha al entrar en la vivienda.
«Estoy aquí», tecleo cuando me detengo.
Al momento, un zumbido, y el portón se abre.
Entro por el camino de arena hasta el porche de la casa. Allí está ella, con el vestido sobre el minúsculo conjunto de lencería y los pies descalzos.
Subo las escaleras, la beso en cada mejilla y le susurro al oído.
—Déjame desconectar el sistema de videovigilancia…
—Lástima, me gustaría tener constancia de este encuentro.
La miro, sorprendido. No contaba con que fuera tan directa.
—Por suerte, por y para mi trabajo, dispongo de cámara de vídeo.
Se da la vuelta y entra en la casa.
—¿Sirves un vermut? Ya sabes dónde está la cocina. Allí, instalaste el panel de la alarma y bebimos dos cervezas hará mañana cuatro años.
—Lo sé. Te he comprado algo.
Ahora, la asombrada es ella, que sonríe y se dirige al salón.


(to be continued...)

Gracias por pasarte y comentar (o no), pero con independencia, gracias de nuevo. 

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