NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

AL FINAL DE LA ESCALERA


 


Cómo duerme…
Me acerco a su rostro y percibo la suave respiración de su sueño sosegado.
Mi mano se acerca a su mejilla cubierta por un incipiente vello, pero no... no puedo tocarle.
Así hago noche tras noche.
Desde hace muchísimo tiempo.
Más del que ellos sabrían responder ante una pregunta rápida.
La cortina de la ventana, corrida casi por completo, deja vislumbrar un nuevo día. Un nuevo amanecer para él: vida.
Una lágrima intangible pugna por salir de mi ojo derecho, pero ya no me quedan, ni agua, ni albúmina, ni tampoco sal.
Debo de retirarme con mi vestido de volantes y encajes antes de que se despierten. Aunque no me vean, sé que hay estados en los que los humanos son especialmente sensibles. No quiero alterarles. No tiene ningún sentido.
Me doy la vuelta pisando mi vestido, que ondea sin peso y sin viento, y que cubre un cuerpo de formas confusas.
El hombre se agita en la cama justo cuando a mis espaldas comienzan a quedar los interminables escalones que suben hasta ese dormitorio situado en la almena del castillo, ahora reformado y convertido en hotel de lujo.
Un castillo, que fue de mi posesión y de mi familia. Que antaño quedó casi en la ruina, tras muchas guerras, actos de sabotaje varios, y después de que a nadie le interesase adquirir «cuatro piedras» en las que habría que invertir mucho dinero.
¡Cuántas noches salí de debajo de la lápida y lloré!
Siempre me pasa igual: en la puerta, con letras de metal dorado, hay una placa clavada con la palabra «Suite». Me echo atrás cuando la mujer (en su mayoría) que allí descansa, sí que tuvo la suerte de casarse y ahora está con su amado al lado. ¡Cómo podría yo, privarla de ello!
No soy nadie para elegir cuándo una persona debe de dormir el sueño eterno.
En la reconstrucción del complejo respetaron el cementerio, ahora cerrado y al que solo se puede acceder a él con una justificación mayor.
Debiera dejar de intentar encontrar a mi alma gemela. Llevo siglos así y nunca me decido por ningún hombre.
Quizás alguien se pregunte qué pasa, si no hay más habitaciones.
Sí, por supuesto. Pero en esa torre, morí yo. En la noche que debiera haber estado allí acompañada, cuando la tristeza e impotencia me pudo, decidí qué no me importaría vagar para siempre entre el mundo de los vivos y muertos.
Fui y soy observadora de los hechos, de las injusticias que se hacen los humanos unos a otros. Fui observadora, y sentí por y con todos; siempre eché de menos saber la razón por la cual, mi amado desapareció sin dejar rastro ninguno poco tiempo antes de nuestra unión. Quizás, solo quizás, me lo encuentre cuando yo salga del Purgatorio, viva otra vida y muera.
Exhalo mi último suspiro de nuevo cuando atravieso una lápida que cubre la tierra y bajo las escaleras que me llevan a mi eterno descanso dentro de esta caja de madera podrida. Me siento despacio sobre donde hace años estuvieron mis huesos. Ahora son polvo blanco mezclado con tierra y barro. Siguen atravesados por astillas, doliendo como cuando aquella, hipotética, atravesó mi corazón. Siempre lo supe, la sangre abandonaría mi cuerpo y mi delito sería castigado haciéndome vagar años y años. Haciéndome clamar y ansiar más cada día, un cuerpo en el que renacer, vivir y morir. Cuando quisiera hacerlo, desgastado, no impuesto.

De nuevo, muchísimas gracias por pasarte por estos lares. Te agradezco infinito tu tiempo.


LOS HABITANTES DEL CASTILLO


 




 

Llegué a la noche, tal y como estaba previsto, en un utilitario con más kilómetros que la biblioteca rodante de mi pueblo, un destartalado autobús que llega a las casas más apartadas, cargado de libros. Lo mismo que el panadero o el frutero, que luego nos quejamos de que los niños solo saben jugar a la consola y estar en las Redes Sociales.
El viaje me había salido por la mitad de precio y no tenía en absoluto miedo a nada que habitara en la oscuridad. Solo creo lo que veo y en su caso, palpo. Desconfía de las personas tangibles, no de los fantasmas.
Una leyenda decía que allí había espíritus. Los espíritus de una madre y una hija asesinadas, supuestamente, por el señor del lugar y el hermano mayor de la niña.
No me encontré a ningún vecino. También era normal, porque decidí ir en invierno, puesto que cuando llega el buen tiempo las zonas adyacentes se convierten en un hervidero de turistas y por la noche, de parejitas que vienen a ver las estrellas y dar rienda suelta a su pasión.
Cogí la cámara de fotos con visor nocturno y la grabadora EPV*. Me abrigué porque allí arriba hacía un frío de mil demonios, y con una linterna y varias pilas, fui subiendo por la roca hasta la entrada.
La noche tenía un efecto precioso y el cielo, tras la imponente estructura, quería asimilarse a una preciosa y lejana aurora boreal. El silencio era asombroso, lúgubre, tétrico. Me encantaba.
Pasé bajo por donde antaño hubiera una puerta y divisé las murallas a mi alrededor quedándome en medio, con las estrellas sobre mi cabeza.  Puse en marcha la grabadora, la apoyé en una piedra y tomé la cámara. Con la poca luz verdosa de la noche no veía gran cosa. La cámara tampoco lo hacía mejor, pero cada foto que capturaba, al visionarla en la pequeña pantalla después de hecha, se transformaba en una imagen digna de cualquier reportaje nocturno. Así, tomé varias, hasta que volví donde la grabadora.
Me senté, saqué un cigarro y lo encendí disponiéndome a ver lo que había inmortalizado. Fui pasando hasta que la calada al cigarro se quedó contenida. ¿¡Qué coño!?
Amplié la captura en la pantalla. En aquella foto había una mujer con una especie de camisón largo, vaporoso y amplio. Con el cuerpo rígido y con la cabeza en alto, como implorando. Tiré el cigarrillo al suelo y tomé la cámara con las dos manos pasando a la foto siguiente. En aquella estaba más cerca de mí, si bien salía casi del objetivo porque por supuesto, no la estaba fotografiando a ella. Pasé las demás imágenes y no apareció más.
Resoplando, me levanté de nuevo y cogí la linterna junto con la cámara dirigiéndome a donde se suponía estaría ella. Hice una captura, miré la pantalla y pasé al modo reproducción. Allí estaba, pero más cerca. Amplié y lo que vi me heló más que el frío que hacía allí y del que no me había dado ni cuenta. Cada vez que ampliaba (en mi cámara deja cuatro toques), la femenina cabeza dejaba de mirar al alto, para acabar deteniéndose sus ojos en los míos. Me fijé en que estaban vacíos, eran dos cuencas negras. Y su cara, una mueca de dolor que te dejaba sin aire.
Un respingo recorrió mi espalda de arriba a abajo, al fin sentí el frío y giré el selector de la cámara para apagarla. Tenía que ir a por la grabadora y ponerla allí unos minutos. De la que me giré, fue como si algo me agarrara por el hombro. Ya estaba sugestionado. Me negué, yo no me sugestiono.
Dos o tres minutos después estaba de vuelta, me senté en una piedra, coloqué la grabadora y encendí otro cigarro. Cuando terminé, la cogí y me dispuse a escuchar.
Vacío, solo un vacío... Como si no hubiera ni aire. Allí no había nada grabado. Menos mal que eran menos de cinco minutos. ¡Qué esperaba encontrar! ¿Acaso que algún espíritu me contara sus penas?
Guardé el paquete de tabaco y miré a ver qué más podía mirar por allí; a la derecha había unas escaleras hacia arriba, a la izquierda, hacia abajo, se suponía que unas antiguas mazmorras. Si quería encontrar algo, allí sería el lugar ideal. La pantalla de la grabadora ponía que quedaban 22 segundos para finalizar tan buena audición. Fui a pulsar el botón cuando lo escuché perfectamente. Una mujer clamó:
«ساعدني في إنقاذ ابنتي»
«Ayuda, salven a mi hija»
Ahí me di cuenta de que toda mi investigación había tenido al fin sus frutos. Mi ahora helada sangre formaba parte de ese lugar. Levanté la cabeza hacia donde estuviera la mujer.
—Lo siento, siento lo que te hicieron. Me avergüenzo de descender de tu hijo. Pero ahora, haré historia, ahora sabrán de vuestra desdicha. No dejaré que tu casa y tu sangre desaparezcan en el tiempo.  No hizo falta grabadora para el aullido que llegó a mis oídos. El cielo verde desapareció y se tiñó de rojo. Comenzó a llover carmín.
Al día siguiente, echaron la culpa a un escape químico en una planta cercana.
Hoy, vuelvo al lugar con un libro bajo el brazo. Unos aplausos me sacan del recuerdo, me levanto, subo al escenario y me dispongo a agradecer el Ministerio que por fin hayan accedido a aceptar las ruinas como patrimonio histórico y vayan a restaurar el lugar.
Por mi parte, cumplo lo prometido, vengo a presentar la historia de mi familia.

*EPV . Grabadora de psicofonías, parafonías o fenómenos de voz electrónica. En jerga coloquial, para grabar voces de fantasmas.

Muchas gracias por pasarte, leer y comentar.

Que las ánimas te acompañen.

ALIENTO


 


Tu aliento es como viento que remueve arena en el desierto
y erizas mi piel poniédome el vello de punta.
Son emociones con las que nuestros corazones laten al compás
que marca un metrónomo,
haciéndonos ver estrellas, tierras y galaxias
no descubiertas por ningún astrónomo.

Tus labios dibujan oasis sobre esta tierra yerma
al transformarse tu vapor, en agua sobre mi piel.
Dejando pequeñas zonas húmedas sobre ella,
mientras en los míos ansío tu miel.

Tus manos son el fuelle que aviva una fragua para forjar un metal
al deslizarse con lentitud sobre mi ser y de una forma letal;
hacia abajo, a la vez que tus ojos no dicen nada
y los míos piden que de una vez, descargues tu agua.


Gracias por pasaros, siempre. Kiss, beso, 接吻, beijo, baiser, kuss.

Foto: Ana María Moroz en Pexels