NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


Licencia de Creative Commons
Alex Florentine

VENGANZA


 

Eva es hermana de Ángel.

Él está llamando a la puerta de la casa.

La relación entre ellos se enfrió porque la que fue su novia, tenía un fuerte carácter y no se podía hablar de ciertos temas cuando quedaban. Sus encuentros familiares se convirtieron en momentos molestos.

Eva la dejó hace justo hoy, siete días, cuando ya había comprado la casa y tenía un lugar a donde irse.

Trabaja fuera y no pudo estar a su lado cuando más le necesitaba.

Son huérfanos desde hace casi una década. Sus padres no regresaron, al igual que todos los viajeros del autobús despeñado, de un viaje para personas jubiladas.

Desde entonces, se veían lo que podían. Hasta que Eva comenzó la relación y él a sentirse como fuera de lugar. La bendición llegó cuando por causas laborales, lo destinaron a más de 500 kilómetros.

La chica era y es una manipuladora. Juega con los sentimientos de las personas y su hermana, que aún no había superado la muerte de sus progenitores, a los pocos meses del fatídico accidente, encontró en esa mujer un apoyo que después sería con condiciones.

El problema fue que también era su superiora en la empresa.

Y la guerra comenzó dentro y fuera de casa.

Su hermana adelgazó, perdió toda ilusión por los proyectos que tenía, aparcó su máster… Y un largo etcétera que le tenía carcomido.

Con él no iba a poder.

Volvió a llamar.

Hace treinta minutos que había hablado con Eva por teléfono, lo espera.

Las campanas del timbre resuenan entre las paredes de la antigua casa dándole un lúgubre ambiente.

Cae en la cuenta de que Tor, su perro, no ladra.

Un respingo recorre su espalda de arriba a abajo.

Acerca su mano al pomo de la puerta, y este emite un chirrido cuando lo gira hacia la izquierda y abre. Un olor a humedad le abofetea la cara. Ningún pastor alemán sale contento a su encuentro. Tor lo adora, ¿dónde está?

¿Y Eva?

El acceso es directo al salón, de un oscuro papel granate haciendo filigranas despegado a trozos, en las paredes.

Lo cruza y llega a una cocina desvencijada. Los azulejos están agrietados, algunos en el suelo.

Algo de grasa añeja tiñó de marrón los que están sobre la cocina de carbón.

La suela de los zapatos se pega, es asqueroso.

Con una mueca, pasa por delante de una puertecita, en dirección al pasillo.

Pero se detiene: algo hay ahí abajo, en lo que supone sea un sótano. Da un paso atrás y acerca la oreja a la madera.

Una respiración jadeante.

En la puerta hay un pequeño pasador. Y está cerrado por fuera. Por deducción, no debería haber nada vivo allí adentro.

Su pulso se vuelve más inestable al acercar su mano al oxidado metal.

Continuará...

Mil gracias por leerme ;)

Fotos: Pixabay.