NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

IMPLANTES PELIGROSOS (IV)


 

Me mira, seria y apretando los labios. Sus ojos se vuelven gris oscuro. Está muy cabreada. Relajo un poco la fuerza de mis manos, pero sin soltarla. La observo mejor: tiene el pelo cobrizo, seco. Bajo la sucia piel se adivinan unas pecas que ahora resaltan. Está muy enfadada, pero no ofrece resistencia. Espera que siga hablando.

—Soy policía perimetral —sentencio.

De un golpe consigue soltarse de mí, todo sucede en segundos. Pero no se va.

—¿Poli? Vaya. Y no, no me mires así, tío —se jacta poniéndose en jarras frente a mí—. Tenéis un serio problema. Están entrando en vuestro adorado «mundo».

Dice esto subiendo los brazos y haciendo el gesto de inmensidad.

—¿Quiénes están entrando? ¿Qué dices?

—Los incontrolables, los no vivos... Los «ansiosos»

La observo, atónito.

—¿De qué narices me estás hablando? Ven. —La tomo del codo, se suelta con un ademán—. Sígueme.

—Y una mierda, tío. Yo no voy contigo a ningún lado —me responde.

—Soy el único que puede salvarte. Y lo sabes.

—Y tú te mueres por saber de qué estoy hablando.

Me encanta su aplomo.

—¿Cómo sabes a dónde ir? —pregunto con incredulidad.

—Tengo esto.

Me enseña un antiguo teléfono móvil. Reconozco que lo usaba la humanidad en las primeras décadas del siglo XXI. Hacía tiempo que no veía uno. Sé que los de afuera lo utilizan para comunicarse entre ellos. Funcionan a frecuencias obsoletas y nadie se molesta en monitorizarlas.

—¿Los conoces?

Me quedé callado con mis pensamientos.

—Algo... Tuvimos hace tiempo una unidad que se dedicaba a monitorizar y sabíamos dónde estabais gracias a estos cacharros. Robáis y asesináis a gente para ganar pasta.

—¿Perdona? ¿Y vosotros, no? Permitís que los que no tenemos recursos, nos muramos. O lo que es peor, terminemos en esa especie de Purgatorio donde... ¡Dios, qué asco! —exclama—. ¡Me largo! Sígueme si quieres saber, allá tú.

—Voy contigo. Pero ojo, en caso de trampa caeréis todos.

Había girado y comenzado a andar sigilosa delante de mí, hacia la esquina. Antes de dar la vuelta tiene la última palabra.

—No hay ese “todos”. Yo no me fío de nadie. Entiendo que tú no lo hagas de mí. No soy estúpida y sé que me puedes aniquilar de muchas formas. Traer otro dron es solo pensarlo... No tienes idea de quién soy, por lo que veo.

Ahora recuerdo algo. El caso es que me sonaba su cara.

—Yo lo creé —termina.

(Continuará...)

Gracias por pasaros, como siempre.

Foto de Pexels.

CÓMEME...


 

 

 Ansías la comida.

La que con tus ojos admiras,

la que cubre mi piel en forma de rodajas y la que tienes que tomar sin perder bocado.

Porque con la comida no se juega;

como decía mi abuela: tirarla es pecado.


Hace calor en el cuarto:

el hielo está ya derretido

y la piel de gotas saladas perlada.

Por la mía arrollan pequeños ríos de sudor; entre mis muslos apretados.

¡Maldigo el momento en que permití ser atado!

Hace un rato, y en ningún momento intimidado,

llegamos a su casa con el pretexto de tomar la última pues los bares estaban cerrados.


No recuerdo cuándo consentí quedar casi como Cristo en la Cruz,

pero encima del colchón,

y para más inri, con complejo de un expositor de alimentación.


Ella pecando, tirando la comida en el suelo,

y yo rezando y pensando en que cuando me suelte, no tendré consuelo.

Porque como también decía mi abuela:

el ejercicio, antes de comer.

Yo aún no lo he hecho, pero hambre tengo mucha.

 

Muchas gracias por visitar mi blog. Buen provecho...

Créditos de la imagen: Pixabay