NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

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NOCHE PICANTE


 


Tras una cena bastante interesante fuimos a un par de pubs de la ciudad donde él insinuó su faceta bailadora.

Cabe destacar, que la música de ahora lleva los mismos ritmos y las mismas coreografías, las cuales, me resultan de interés los primeros diez minutos.

¡Qué le vamos a hacer! Soy un cuasi perfecto ser al que le aburre siempre lo mismo.

Pensad lo que queráis…

Pues lo escrito, tras más de un par de horas de competición de movimientos y alguna que otra muestra de interés recíproca, nos fuimos bajo la lluvia hacia donde tenía aparcado su coche.

Dentro del vehículo, bajo una cortina de agua y de a veces de granizo, no supimos cómo continuar lo que habíamos comenzado estando rodeados de gente.

Eso fue durante los primeros minutos... Si es que llegó al minuto…

Nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas comenzaron a investigar la boca contraria.

Nuestros dientes, a morder labio ajeno.

Los ojos, a brillar. Excitados.

Sus manos comenzaron a medir mi contorno y una acabó en la cara interior de mis muslos, cubiertos por unas medias.

Una de las mías fue más descarada y terminó sobre la cremallera de su pantalón, donde un bulto denotaba el interés que él tenía en mí.

No queriendo quedar atrás tras notar mi mano acariciando su miembro, la suya se deslizó hacia mi entrepierna, pero queriendo ser más atrevido, esta entró por la pernera del mini pantalón que me había puesto esa noche. Sus dedos rozaron un terreno volcánico del que ya emanaba lava. Yo percibí en mi mano la vibración dentro de su pantalón.

El coche parecía tener los vidrios tintados en blanco.

Adentro, la humedad se respiraba y se tocaba.

Se liberó del apretado pantalón y mi mano palpó su calor latente con movimientos ascendentes y descendentes.

Sus dedos apretaban mi monte y en el interior, a veces jugaban a encontrar los pliegues que me hicieron atragantarme al respirar.

Encontró la manera de hacer brotar agua cálida de mi fuente.

Una de sus manos intentó levantar mi camiseta. Yo ayudé con una de las mías dejando libres mis pechos de cualquier opresión, pero entonces, él se adueñó de la espada a la que yo le estaba sacando brillo. A la vez, sentí descorchar mi entrepierna y el deseo hecho líquido se deslizó libre hacia un asiento acerca del cual, yo mostré preocupación.

Me giré y me puse de rodillas sobre el mismo, de lado, mirado hacia él. Incliné mi torso hacia abajo y retiré con cariño su mano. Probé un helado de vainilla en pleno invierno, el cual, por más que metía en mi boca, no se deshacía ni disminuía de tamaño. Cuando me cansé cogí su mano y la volví a poner sobre la entrepierna.

Sus ojos se tornaron vidriosos, como poseídos, mientras aquella mano cogía velocidad al deslizarse arriba y abajo. Comenzó a jadear, y al poco, por entre sus dedos, arroyó lo que por su color y consistencia, hubiera servido para preparar un buen café bombón para desayunar.

Decidimos quedar al día siguiente, es decir, a las pocas horas.

Nos despedimos sin desayunar...



¡Gracias por pasarte! 

Foto:PEXELS.

POR UNA SOMBRILLA


 

La familia García estaba obsesionada con la playa.

En general, no debería de importar, porque la gente, hoy en día, vive obsesionada con casi todo.

Pero ellos querían primera línea, querían estar morenos, querían, cuando regresaran a Asturias, presumir de moreno mediterráneo.

Así que cada mañana, a las cinco, el padre salía con la sombrilla y la clavaba como si la arena fuese de piedra. Desplegaba la silla al lado y allí hacía guardia.

Una hora y media después, llegaba la mujer, con ojeras de mapache y un termo de café.

Tomaba el relevo y él iba a ducharse a casa porque el muy cerdo, no tenía tiempo a hacerlo antes.

Mientras, ella se sentaba con sus piernas abiertas mostrando sin escrúpulo forraje para unas cincuenta vacas, el cual debiera estar escondido bajo el vestido de “los chinos” de tela transparente y cubierto por unas amarillentas bragas.

Le daba igual.

Tenía que aprovechar.

Solo quedaban dos días para volver. Cuando él regresara de la ducha, iría a ponerse el bañador.

Pero pasó la hora de siempre.

Tenía ganas de mear, ¡joder! El café es diurético.

Hora y media…

Arrugó el entrecejo: el móvil había quedado en el hotel.

Las ocho.

Llegaban turistas en masa.

Si se iba, tirarían la sombrilla y la silla al agua. Seguro.

¿Qué hacer?

Decidió esperar 30 minutos.

8.35…

Continuará...

Gracias por pasarte. Sueña bonito. 

Foto:Pexels.

VENGANZA


 

Eva es hermana de Ángel.

Él está llamando a la puerta de la casa.

La relación entre ellos se enfrió porque la que fue su novia, tenía un fuerte carácter y no se podía hablar de ciertos temas cuando quedaban. Sus encuentros familiares se convirtieron en momentos molestos.

Eva la dejó hace justo hoy, siete días, cuando ya había comprado la casa y tenía un lugar a donde irse.

Trabaja fuera y no pudo estar a su lado cuando más le necesitaba.

Son huérfanos desde hace casi una década. Sus padres no regresaron, al igual que todos los viajeros del autobús despeñado, de un viaje para personas jubiladas.

Desde entonces, se veían lo que podían. Hasta que Eva comenzó la relación y él a sentirse como fuera de lugar. La bendición llegó cuando por causas laborales, lo destinaron a más de 500 kilómetros.

La chica era y es una manipuladora. Juega con los sentimientos de las personas y su hermana, que aún no había superado la muerte de sus progenitores, a los pocos meses del fatídico accidente, encontró en esa mujer un apoyo que después sería con condiciones.

El problema fue que también era su superiora en la empresa.

Y la guerra comenzó dentro y fuera de casa.

Su hermana adelgazó, perdió toda ilusión por los proyectos que tenía, aparcó su máster… Y un largo etcétera que le tenía carcomido.

Con él no iba a poder.

Volvió a llamar.

Hace treinta minutos que había hablado con Eva por teléfono, lo espera.

Las campanas del timbre resuenan entre las paredes de la antigua casa dándole un lúgubre ambiente.

Cae en la cuenta de que Tor, su perro, no ladra.

Un respingo recorre su espalda de arriba a abajo.

Acerca su mano al pomo de la puerta, y este emite un chirrido cuando lo gira hacia la izquierda y abre. Un olor a humedad le abofetea la cara. Ningún pastor alemán sale contento a su encuentro. Tor lo adora, ¿dónde está?

¿Y Eva?

El acceso es directo al salón, de un oscuro papel granate haciendo filigranas despegado a trozos, en las paredes.

Lo cruza y llega a una cocina desvencijada. Los azulejos están agrietados, algunos en el suelo.

Algo de grasa añeja tiñó de marrón los que están sobre la cocina de carbón.

La suela de los zapatos se pega, es asqueroso.

Con una mueca, pasa por delante de una puertecita, en dirección al pasillo.

Pero se detiene: algo hay ahí abajo, en lo que supone sea un sótano. Da un paso atrás y acerca la oreja a la madera.

Una respiración jadeante.

En la puerta hay un pequeño pasador. Y está cerrado por fuera. Por deducción, no debería haber nada vivo allí adentro.

Su pulso se vuelve más inestable al acercar su mano al oxidado metal.

Continuará...

Mil gracias por leerme ;)

Fotos: Pixabay.

SAN JUAN -23


 

 

Había una vez un pequeño pueblo en el que se decía que vivían brujas malvadas. Los aldeanos evitaban pasar cerca de la casa de la bruja más poderosa, que se encontraba en lo alto de una colina. Un día, una joven llamada Ana, de escultural cuerpo y fuerte carácter, decidió explorar la casa de la bruja tan temida. Al entrar, tras esperar a ver desaparecer la figura encorvada de la bruja entre los árboles, encontró un libro de hechizos y comenzó a leerlo en voz alta con voz burlona. De repente, la casa comenzó a temblar y una figura oscura apareció en la puerta. ¡La bruja! La había tendido una trampa. Ana intentó huir, pero la mujer la atrapó y la llevó a su caldero ante el que la desnudó, observó sus blancas carnes y le pasó un afilado cuchillo sobre sus tersos pechos, sobre el esternón, y bajó hasta su ombligo, donde paró y girándose, comenzó a preparar una poción para convertir a Ana en una de sus aprendices: su sucesora. Ana, asustada, intentó escapar, pero la bruja la atrapó de nuevo, se abalanzó sobre ella y quedó cara a cara. Olía muy bien, a piel joven, a...

De repente, un grupo de aldeanos irrumpió en la casa (interrumpiendo también lo que empezaban a ser pensamientos lascivos) y logró rescatar a Ana. Desde ese día, la muchacha se convirtió en la protectora del pueblo y juró nunca más volver a acercarse a la casa de la bruja. Esta, desapareció un día sabiendo que tenía digna sucesora. Se internó en el lago, las aguas comenzaron a hervir y al poco su esqueleto se desplomó en el fondo.

Feliz noche, brujas. 

Gracias por pasaros.

Foto:Pexels

EL CAFÉ


 

Se quitó la chaqueta y miró sus manos apoyadas en la silla, siguió hacia el reloj plateado de su muñeca y llegó a los gemelos. Se sentó.

Una sonrisa sin dientes se adueñó de su cara.

Carraspeó e intentó prestar atención a los congregados en la reunión.

Pero no podía.

Olvidarla era imposible. Ni un segundo. Ni en sueños.

Soñaba con ella, con tocarla, con que le humillase como hacía a menudo, con que le hiciera ese daño contenido con el que llegaba al orgasmo sin él haberla rozado.

Meses llevaban así. Y no podía más. Su trabajo se estaba resintiendo.

¿Cómo iba a poder mirar hacia ella, que con un bolígrafo señalaba la pantalla del proyector, y escuchar lo que como dueña de la empresa les estaba pidiendo?

¿Cómo no recordar lo que se había puesto bajo la ajustada falda de ejecutiva aquella mañana y se había quitado al escuchar el reto de él bajo el comienzo: “a que no te atreves”?

Siempre le había excitado que su chica no llevase ropa interior en algunas ocasiones. El problema venía cuando se sentaba y cruzaba las piernas.

Como en aclamada película, no sucedía, pero él se quemaba por adentro pensando en que no llevaba nada de tela entre sus piernas entrándole entonces, unas ganas tremendas de volver a repetir lo que la noche anterior había causado que hoy tuviera un sueño terrible.

Cogió la taza de café que tenía delante de la carpeta, ella se sentó frente a todos cruzando sus piernas, y el líquido le quemó la garganta al beber mecánicamente, por tener la cabeza en otra parte. Tosió, todos miraron hacia él menos ella, que se levantó y salió pidiendo disculpas de la sala de reuniones.

Entró al baño sacando la dolorida lengua fuera de su boca. Hoy tendría que planear otras formas de darle placer.

Le llega un mensaje de WhatsApp, con las mejillas llenas de agua fría ve que es de ella:

¿Cambiamos de planes esta noche? ¿Vamos al cine?

Se inclina a echar el agua en el lavabo y suena otra notificación:

Perdona, qué poco delicada, ¿te duele mucho? ¿Quieres que mande preparar un café con hielo? Te sugiero que regreses a la reunión.

Gracias por pasaros, espero que el final os haya hecho "cierta" gracia. 

Foto: propia.


ROJA NAVIDAD...


 

Y Papá Noel trajo el hacha al leñador…

A un Papá Noel que duerme, exhausto, todavía con la ropa, las barbas y el gorro, boca abajo sobre un colchón de motel.

Maldito encargo.

Las fiestas navideñas son para pasarlas en familia, y no debo de pensar en que acabo de fastidiarlas a una. Necesitaba el dinero porque la mía, de este modo, sí tendría cómo y con qué festejarlas.

El trabajo está mal. ¡Cómo para exigir o tener remilgo alguno!

Con lo que me había costado encontrar el ideal para observar algo más acerca de ellos y su vida, y trazar el plan perfecto.

La maldita y consentida mocosa, día tras día, se subía a mis rodillas y con voz chillona pedía un juguete diferente. Malcriada de las narices.

Mientras tanto, su madre tomaba fotos con un móvil de carcasa dorada y piedrecitas de colores formando los pétalos de una cursi flor que pareciera dibujada por un niño de la edad de su hija.

Esta, todavía tenía el descaro de confesar que menos mal que los Reyes Magos venían después, ya que año tras año, Papa Noel —o sea, yo. Incluso me recriminó— no le dejaba bajo el árbol todo lo que había pedido.

Basándome en la realidad alegué que eran recortes de personal. Pocos elfos querían trabajar de noche sin percibir un salario más alto.

¿¡Qué diablos hacía yo hablando de economía con una cría de seis años!?

Pero es un trabajo.

Y ese trabajo salió bien.

Rojo sobre rojo, pasa desapercibido.

El pelo blanco es sintético.

Llevo guantes en las manos, como es tradición…

Una notificación del móvil me saca de mi duermevela. Me doy cuenta de que los guantes están cuarteados y menos blancos de lo que debieran y me cuesta agarrar el maldito cacharro.

Me acaban de hacer un ingreso.

Es bueno desperezarse tranquilamente cuando despiertas. Me giro, la barba está a juego con los guantes y ofrece cierta tirantez a mi piel.

Hoy es veinticuatro de diciembre, la gente está agobiada y corriendo de un lado para otro. Pasaré por el hipermercado antes de ir a casa. Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad.

Hoy llegará Papá Noel a muchos hogares.

Pero al de la mocosa, no.

Tampoco lo harán los Reyes Magos, pero para ese día quizás no pida cosas materiales…

Si es que se veía venir… De tales palos, tal astilla.

Pero gracias a esos palos, tengo trabajo y Papa Noel vendrá a mi casa hoy.

Muchísimas gracias por pasaros... Id preparando la Navidad ;). 

Foto de Pexels.

IMPLANTES PELIGROSOS (IV)


 

Me mira, seria y apretando los labios. Sus ojos se vuelven gris oscuro. Está muy cabreada. Relajo un poco la fuerza de mis manos, pero sin soltarla. La observo mejor: tiene el pelo cobrizo, seco. Bajo la sucia piel se adivinan unas pecas que ahora resaltan. Está muy enfadada, pero no ofrece resistencia. Espera que siga hablando.

—Soy policía perimetral —sentencio.

De un golpe consigue soltarse de mí, todo sucede en segundos. Pero no se va.

—¿Poli? Vaya. Y no, no me mires así, tío —se jacta poniéndose en jarras frente a mí—. Tenéis un serio problema. Están entrando en vuestro adorado «mundo».

Dice esto subiendo los brazos y haciendo el gesto de inmensidad.

—¿Quiénes están entrando? ¿Qué dices?

—Los incontrolables, los no vivos... Los «ansiosos»

La observo, atónito.

—¿De qué narices me estás hablando? Ven. —La tomo del codo, se suelta con un ademán—. Sígueme.

—Y una mierda, tío. Yo no voy contigo a ningún lado —me responde.

—Soy el único que puede salvarte. Y lo sabes.

—Y tú te mueres por saber de qué estoy hablando.

Me encanta su aplomo.

—¿Cómo sabes a dónde ir? —pregunto con incredulidad.

—Tengo esto.

Me enseña un antiguo teléfono móvil. Reconozco que lo usaba la humanidad en las primeras décadas del siglo XXI. Hacía tiempo que no veía uno. Sé que los de afuera lo utilizan para comunicarse entre ellos. Funcionan a frecuencias obsoletas y nadie se molesta en monitorizarlas.

—¿Los conoces?

Me quedé callado con mis pensamientos.

—Algo... Tuvimos hace tiempo una unidad que se dedicaba a monitorizar y sabíamos dónde estabais gracias a estos cacharros. Robáis y asesináis a gente para ganar pasta.

—¿Perdona? ¿Y vosotros, no? Permitís que los que no tenemos recursos, nos muramos. O lo que es peor, terminemos en esa especie de Purgatorio donde... ¡Dios, qué asco! —exclama—. ¡Me largo! Sígueme si quieres saber, allá tú.

—Voy contigo. Pero ojo, en caso de trampa caeréis todos.

Había girado y comenzado a andar sigilosa delante de mí, hacia la esquina. Antes de dar la vuelta tiene la última palabra.

—No hay ese “todos”. Yo no me fío de nadie. Entiendo que tú no lo hagas de mí. No soy estúpida y sé que me puedes aniquilar de muchas formas. Traer otro dron es solo pensarlo... No tienes idea de quién soy, por lo que veo.

Ahora recuerdo algo. El caso es que me sonaba su cara.

—Yo lo creé —termina.

(Continuará...)

Gracias por pasaros, como siempre.

Foto de Pexels.

EL OJO DE SEJMET...


 


Un haz de luz ilumina la excavación.

El cielo está rojo y los rayos amarillos se vislumbran perfectamente. Como en una tormenta de verano, cuando no hay nubes.

El fuerte viento comienza a traer una especie de ceniza marrón hasta nuestros rostros. Delante de la tolvanera y bamboleándose entre las dunas, los todoterrenos de algunos compañeros avanzan enloquecidos.

Varias personas, con plásticos y tablas, llegan hasta nosotros, que ya nos asemejamos a unas croquetas con generoso rebozado.

Pequeños remolinos de polvo hacen que se nos seque la boca, que se tapone nuestra nariz y que se irriten nuestros ojos.

Los pulmones comienzan a pesar. Dos compañeros tiran de mí.

Los plásticos y tablas ya cubren la fosa y los incipientes huesos, pero no va a ser suficiente. De un manotazo, me suelto y corro por la ladera de la excavación hacia uno de los vehículos. Uno de mis compañeros, corriendo en contraria dirección, con gestos me pregunta qué narices estoy haciendo. No presto atención y se gira, siguiéndome.

Entro al coche y arranco el motor. Él se sienta al lado diciéndome que estoy loca, que en su parte de la excavación desapareció todo.

Estamos ante una tormenta de fuerza descomunal.

¡Comienza a llover!

Los limpiaparabrisas se rompen al momento a causa de la masa color rojizo que cubre el vidrio. No tengo ni idea de por dónde voy a bajar a donde quiero. De repente, nos inclinamos hacia adelante, hacia el vacío. Y caemos.

La defensa del coche toca la arena del fondo y con un sonido lastimero de la carrocería, se desprende. Nuestras cabezas pegan en el techo cuando las ruedas traseras quedan a la altura de las delanteras.

Acelero, patinan.

¡Más despacio!, grita mi compañero no sabiendo dónde colocar las manos por si volcamos.

Lo hago y el coche avanza. Sigo sin ver.

Espero no cargarme el descubrimiento del siglo: un osario, restos humanos, soldados apilados junto con sus lanzas, arcos, escudos y demás armas. Sobresalen los huesos de un felino grande, sobre ellos y con una expresión tal y como si el animal hubiera sido enterrado con vida.

Lo descubrimos por la mañana y el cielo se tiñó de rojo, pero el servicio de avisos no detectó nada.

Gracias a la sombrilla calculo dónde estamos y paro el coche.

La lluvia es roja como la sangre.

El viento arrecia. El coche parece querer levantarse. Dentro, nos abrazamos y cerramos los ojos. Algo impacta contra la ventanilla. Deja una mancha carmín. Más golpes. Algún alarido.

El viento brama.

Son unos diez minutos horribles en los que por fortuna, no salimos volando.

Sentimos un vacío y entreabrimos los ojos. Las ventanillas están teñidas con los colores de las puestas de sol.

A duras penas, abrimos las puertas. Hay como treinta centímetros más de arena sobre el suelo.

Y muchos bultos, como las jorobas de los camellos, como si bajo la arena hubiera un dragón.

Bajo la arena están los cuerpos de los desobedientes, los indiferentes, los que de verdad no protegieron a Sejmet.

Muchas gracias por vuestro tiempo.

Foto: Taryn Elliott en Pexels.

UN NUEVO TRABAJO (1a PARTE)


 


No hay nada mejor que ser autónomo y trabajar solo.

Cuando me echaron del último empleo vi las cosas muy negras, pero todo es cuestión de adaptación. Me trasladé de ciudad y alquilé un piso bastante bien situado e ideal, grande, como para separar una zona de otra, en una calle secundaria y peatonal. Me dí de alta en el R.E.T.A. y comencé a poner anuncios.

Enseguida conseguí captar clientes: factibles, pero no viables.

La temporada en la que decidí abrir la consulta acompañaba. Corría el mes de mayo y había gran demanda por aquellos tipos de tratamientos y operaciones. Ya sabemos que cuando aparece el sol, las mentes van al unísono y todos quieren arreglar el desperfecto en sus cuerpos, de todo el invierno.

Lo malo fue que al ofrecer mis servicios a un precio más bajo que la competencia, los especímenes eran variopintos. La mayoría no servían. Acaso, para practicar.

Desde que perdí el trabajo hasta que decidí establecerme por mí mismo pasaron unos cuantos años. Al menos en el calendario.

Durante ellos, me dediqué a viajar y a conocer culturas muy diferentes. Aprendí algo en todos los lugares que visité. Sobre todo, de los más recónditos del mundo. Aquellos, en los que la mayoría de los mortales, no pondría un pie. Regrese con la idea en mente y ahora me encuentro llevándola a cabo.

Me aparté de mi familia y amigos. Poco a poco fui haciéndome casi un antisocial. Todo el tiempo del que disponía lo usaba para aprender más y más. Perfeccionarme fue mi propósito. Aunque yo fui y soy una eminencia en mi campo, ello no evitó que me tendieran una trampa y cayera en ella. Con todo lo bueno que soy en mi trabajo, doy fe de que hay personas que también desarrollan a la perfección los suyos. Fue todo muy creíble.

Hasta que me vi inmerso en un expediente, el resultado de un complot contra mí perpetrado por varias personas a las que creía mis amigas.

No tengo familia, pero con aquella trampa representada en mujer creí que formaría una. Creí que me lo daba todo. Creí que su comportamiento era sincero. Nunca imaginé que yo era un trabajo.

Todo lo que me contó fue falso. Me engañó a mí y engañó a mucha más gente. Documentos falsificados: oficiales y no oficiales, nos hicieron creer que aquella persona existía.

Poco después de mi cese, desapareció. O más bien encontró otro trabajo.

¿Lo malo?

Sigo enamorado de ella.

No consigo encontrarla.

Y como no lo consigo, tuve que hacer esto.

CONTINUARÁ...

Gracias por vuestra visita ;).

Foto: Cottonbro en Pexels

EXTINCIÓN


 

Como cada 30 de mes, salvo los puñeteros meses de febrero, procedo de igual forma.
Quedo con una mujer para continuar con el rito. Un rito gracias al cual vosotros, humanos de a pie, aún seguís con los vuestros sobre la Tierra. No sabéis, con tanto conocimiento como promulgáis tener, lo que hay sobre vuestras cabezas. Por muchos satélites y sondas que tengáis hay cosas que no detectan vuestras máquinas.
Llevo muchos años, demasiados, os asustaría conocer la cantidad, lamentando hacia dónde vais encaminados. Solo sabéis luchar los unos con los otros. Usáis los descubrimientos por el bien de unos cuantos y así, queridos, os extinguiréis.
Adoráis a la nada, a lo que no veis y a lo que os han enseñado.
Nunca, en toda mi existencia, pude comprobar que así no fuera.
Creéis que vuestra novedosa tecnología, vuestros ordenadores cuánticos, vuestros «descubrimientos», son únicos. Ilusos, hace muchos años que incluso los viajes en el tiempo son posibles.
Yo soy la prueba.
Nuestra tecnología nos permite ser lo que vosotros queréis que seamos. Al momento, y tal y como si entráramos en vuestras cabezas. Podéis llamarlo sugestión.
En vuestras Redes Sociales, me divierto viendo dramas, comedias, aventuras e incluso sexo sin tener que pagar. Auténticas películas de ficción. Vosotros estáis estancados en que os den todo hecho.  Malísima forma de evolucionar.
Cuando alguien sobresale por alguna característica, consideráis que no es semejante y ahí es donde queda patente vuestro desconocimiento y quizás, el miedo a lo desconocido.
Allí es donde yo fui diferente un día. No tuve ese miedo. Hace ya muchos años, y como tampoco lo tengo ahora.


Regreso como un mendigo y paso desapercibido sentado en la calle, sobre cartones encogido, escondidos mis ojos siempre bajo un gorro de lana o una gorra para resguardarme del sol o del frío.
Como os dije, evolucioné. Solo un segundo me basta y encuentro a la mujer. La que incubará al hijo de nuestra diosa, Kata.
Se me caerá algo al suelo y la elegida lo recogerá para devolvérmelo. En tantos años nunca he fallado. En cuanto sus manos rocen el señuelo entrará en un estado de trance tal, que quedará sometida a mí.
A la noche nos veremos donde siempre.
En la casa abandonada y tapiada.
La que nunca se vendió porque alguno de mis antepasados, digamos, que utilizó mal el poder que se nos otorgó. Nadie se atreve a derruirla ni a invadirla. Desde los más gamberros y sucios, hasta las personas más refinadas. Nadie, en absoluto, se atreve a poner un pie allí adentro.
Las desconchadas paredes siguen aún reflejando la matanza ocurrida hace años, pero solo las veo yo. El suelo está podre, luego dicen que la madera de castaño perdura en el tiempo. Quizás haya pasado demasiado…
La dejo ir hacia su trabajo de oficina, donde supongo que va, vestida con un traje, zapatos de tacón, un bolso y un maletín de mano en cuyo interior «veo» un ordenador obsoleto de los que llamáis «portátil». Si supierais que no son necesarios… Si supierais cuánto avanzó todo. Solo si vosotros hubierais querido… Pero ya no hay tiempo.
El ritmo de vida que tenéis, todo lo que habéis hecho está pasando factura y a veces, las elegidas no satisfacen a nuestro Dios. Alguna vez sufristeis su ira. Vosotros decís que son efectos del «Calentamiento Global». Otra vez equivocados, son fenómenos ocasionados por él ya sean sobre la Tierra misma o sobre la humanidad en general.
Él es la máxima expresión de inteligencia. Como vuestra llamada IA, pero elevada al infinito. Su cuerpo es un ser orgánico y un ser muerto a la vez. Pero no lo está porque nunca vivió un plano terrenal. Fue creado por todos nosotros, los diferentes. También necesitábamos alguien en quien confiar.

Muchas gracias por pasaros ;).

Foto: Tara Winstead en Pexels.



BLANCANIEVES Y «LOS SIETE», EN BÚSQUEDA DE SEIS...


 


 —Ya os lo decía yo, que soy Sabio, que «esta» no era como la del cuento, que nos la iba a liar.
—No me digas, si yo era el que estaba «mosca» con su actuación. Además, ¡cómo va vestida! Con razón la Madrastra la echó de casa —añade Gruñón.
—Pues yo estoy feliz, qué queréis que os diga. Es más, incluso, me gustaría no tener que compartir semejante mujer. Y encima, quiere ir a buscar a otros. ¡Insaciable, la chica!
—Fíjate, Feliz, a mí me da igual que seamos muchos. Ando toooodo el día cansado. Así no se puede ir a trabajar después —le replica Dormilón a este.
—Yo lo que quiero es ser el primero, pero se pone como nuestra chimenea en pleno invierno y nos usa a su antojo y desorden —suspira Tímido.
—¿Tú no dices nada? —pregunta Mocoso a Mudito.
Este, menea la cabeza, señala su entrepierna, se pasa la mano por la frente quitándose un sudor imaginario y sopla.
—Vamos, caminad. Ja, ja, ja... Me siento como la Cruella paseando a los perros... ¡Vamos, perritos, a buscar a vuestros amiguitos!
Y así, cantando esta rima, caminaban a través de llanuras y cimas. Blancanieves, en mente tenía encontrar al resto de la familia. Sabía que otros seis existían, cada uno con su particularidad, y debía aprovechar la circunstancia… Pues quizás el príncipe, no tardase en llegar. El cuento es el cuento…

Espero que os haya sacado unas risas. Gracias por pasaros.

SELECCIÓN NATURAL



 

Me duelen los pies, cada vez debo de alejarme más de la zona segura. Caminar de sol a sol, cuando los depredadores son visibles para mis ojos.
Los coches no tienen combustible. Y yo, ya no encuentro ninguno.
Hoy, llueve. Una maldita oscuridad a media tarde ha sumido mi persona en tinieblas.
¿Cómo sé que estoy solo?
¿Cómo saber quién me vigila?
Solo he podido llegar un poco más lejos que la última vez. Mis pies escuecen, la loneta de los zapatos está granate a causa de la sangre que brota de mis destrozados dedos. Ya no tengo antisépticos, casi ni alcohol. Ya no sé si bebérmelo o reservarlo para las heridas.
¿Cómo acabaré mis días?
¿Loco?
¿Tullido?
Mi «huerta urbana» sufre una plaga y tampoco tengo insecticidas.
Los animales son salvajes. Los perros tienen la rabia, los gatos son agresivos como el más fiero león. Arriesgarse a ser mordido o arañado supondría la extinción de la raza humana.
Pero tengo que buscar munición.
Porque tengo que comer. Aunque me transmitan algo. Menos mal, que el fuego y el humano se conocen hace más de millón y medio de años.
Estoy famélico, grisáceo, necesitaría algún tipo de medicamento tipo corticoide, pero ya no hay. No queda. Y algún antibiótico. Solo tengo unas pocas pastillas que se deshacen a causa de la humedad.
¿Qué coño va a quedar medicamento alguno después de cinco años?
Hace esos años que la mayoría de la población pensó que el virus no sería para tanto.
En un principio, pudimos convivir con él, pero se replicó y mutó. Todo fue similar a la astucia digna del mejor protagonista con inteligencia artificial de algún libro de ciencia ficción. Se transmitió entre especies dando lugar a que no se pudiera luchar contra él.
Solo quedó la selección natural descrita por Darwin.
¿Soy el nuevo origen?

Gracias por venir. Abrazo.

Imagen: Pexels (Joao Cabral)


 

SU SEMILLA


 

 (Esta lectura puede herir sensibilidades. Temática de Maltrato)

Le habían dicho que tras aquel vidrio, ella sería invisible.
Pero temblaba como una gelatina con poca consistencia. Faltaba poco para que los dientes, al chocar entre ellos, hicieran eco en aquel cuartito en el que estaba sentada. Sola, con solo su abogada y dos funcionarias de la policía como acompañantes.
Se quitó las gafas de sol bajo el haz del fluorescente del techo. La pupila de su ojo derecho estaba dilatada ante la visión. La del izquierdo, escondida bajo un párpado hinchado, violáceo tirando a verde y gris.
Ante la visión, su abogada hizo una mueca como si a ella misma le doliera el querer pestañear y no poder.
Las dos policías sufrieron un respingo por la columna.
La mujer allí sentada presentaba un aspecto lamentable: una pierna vendada, el cabello cortado al cero, moratones por sus brazos y, bajo una capa de maquillaje en su cara, aún se distinguían los golpes.
Hacía casi dos semanas que toda una dotación de policía había ido a su casa. Ellos y los bomberos.
Al otro lado del vidrio, entre dos personas más, estaba él.
Su marido.
El que la había molido a golpes.
El que la había intentado quemar viva.
El que la había violado con su propio cuerpo y de variadas formas más bajo los efectos propios de una mente nublada a causa de la droga y el alcohol.
Una de las policías fue ordenando uno a uno que se acercasen, y ellos dando un paso, miraban al frente y después se giraban de los dos perfiles. Todos lo hacían siguiendo un patrón, quizás, hasta los mismos segundos, girando como la bailarina de una caja de música. Como si algo allí adentro les marcase el qué y el cuándo hacer las cosas.
Casi se meó cuando volvió a ver más cerca la cara con mirada enfermiza. De su ojo izquierdo salió una lágrima que le causó dolor aún con analgésico. Una lágrima salada y rosada.
Lo tenían bajo custodia en un psiquiátrico. Cuando dieron con él, huía. Intentó quitarse la vida cuando se vio acorralado.
No en vano, él había sesgado una…
Ella se puso la mano en el abdomen y ahogó un grito que salió despacio, como aire, por entre sus hinchados y reventados labios.
Un hilo de voz salió de su garganta: «el número dos».
Fue suficiente.
Las dos mujeres con traje de pantalón azul se movieron. Una avisó de que ya podían retirarse los acusados y la otra entregó unos papeles a la abogada.
***
Ahora, tira de la pequeña manita de su hija. Una niña de cinco años que es el puro retrato de él. Una niña que desconoce por qué su mamá llora delante de esta tumba. La única que no tiene flores. La única que está vieja, sucia y llena de moho negruzco.
Después irán a otra, es rutina, con un ángel labrado en mármol blanco. Al contrario que esta, y aunque mamá también llora, está limpia y llena de flores.
Las flores que todos los sábados por la tarde, su madre y su hermana gemela, llevan al no nacido. 

Muchas gracias por pasar y darme un poquito de tu tiempo.

Foto: Anete Lusina en Pexels.

UN TRABAJO FÁCIL


 


Me paro, apoyo las manos en las rodillas y me inclino levemente. Me cuesta respirar. Mi corazón late desbocado haciendo que hasta el pecho me duela.

Allá arriba se quedó mi resuello, pero nada más.

¡Lo hice!

Creía que no iba a poder porque cuando me ofrecieron el trabajo y la vi, pensé que el ángel más hermoso había bajado del cielo.

No podía creer lo que me contaron de ella. ¿Cómo podía ser posible? Pero descubrí que sí que era cierto y muy posible. A medida que fui siguiéndola, también fui enterándome de que las apariencias, siempre engañan. Me habían contratado para deshacerme de ella y no debía mezclar trabajo con placer por mucho que me llamara su perfecto cuerpo sin alas.

Cuando recobro una respiración medianamente normal, mis acartonadas manos, embutidas bajo unos guantes de cuero de color negro sacan de uno de mis bolsillos traseros del pantalón, el teléfono móvil.

Tecleo que está hecho y que como en todos mis trabajos, no existe prueba alguna que me inculpe.

Ella responde que me espera en casa.

Sí, no debí, pero la curiosidad de tener a un ángel se me antojó demasiado atrayente. ¿Qué va a sucederme, si ya la conozco?

Gracias por vuestro tiempo. 

Foto, mía.

LAS REGLAS DEL JUEGO


 



Mi piel aún está perlada de gotitas de agua. Acabo de salir de la ducha solo cubierta por la toalla de lavabo del hotel. Tras de mí, la tarima refleja las huellas de mis pies mojados a la vez que un pequeño charco se va formando a causa del agua que resbala por mi cabello.
Tengo por costumbre relajarme dando unas caladas a un cigarrillo tras tener sexo. Normalmente, lo hago en la cama, pero hoy es diferente.
Lo conocí anoche, en la sala de juego del mismo hotel donde me registré.
Sabía que estaría allí jugando a la ruleta, un juego en el que siempre se jactó de tener suerte, pero no era suerte en sí, sino simple estrategia matemática que le salía bien. Todo se basa en doblar la cantidad apostada cuando se pierde. Normalmente sí que recuperas el capital invertido.
Poseo muchas cualidades y una de ellas es conocer y practicar yo también esa técnica. Otra, observar todo lo que me rodea. Mi cabeza es un continuo cálculo matemático con resultados, en su mayoría, satisfactorios.
Cómo no, se fijó en mí. En mi forma de jugar, mi dominio, y mi indumentaria.
Anoche tocó jugar todo al rojo. Vestido de ese color, con toques brillantes, zapatos de tacón y carne bronceada al descubierto. Una peluca de pelo natural y de color negro como la misma noche cambiaba mi apariencia considerablemente. El rojo y el negro siempre casan bien.
Nos cruzamos unas palabras, me invitó y le invité. No me gusta ser la típica, odio ser la típica. Así que según recuerdo, me quedó a deber una consumición. Nos presentamos y acabamos jugando juntos, riéndonos y disfrutando de nuestra «suerte».
Le seguí la corriente y alegué no tener hambre cuando me invitó a cenar. Le dije que me hospedaba allí y que tenía sueño. Su mirada le descubrió.
Subimos y abrí la puerta. Giré la cabeza y le sonreí. Él pasó detrás de mí y cerró. Yo me quede quieta, esperando… Un poco, porque se lanzó a mi cuello y me agarró como un lobo hambriento. Le dejé, me gustaba su cuerpo y me atraía lo suficiente.
Me empujó contra la pared de la entrada y el bolso se deslizó de mi mano para con esa y su par, asir sus nalgas. Las suyas bajaron hasta mi escote y en el borde del vestido hicieron fuerza. Retiré mis manos de su culo y me bajé la cremallera trasera del vestido. Mis senos libres fueron, en milésimas de segundos, cubiertos por sus cuidadas manos. Su boca buscaba con ansia la mía. Mis manos, con ganas similares, buscaban algo dentro de su pantalón. Me deshice de la parte inferior de su ropa mientras él me dejaba a mí sin el vestido. A su vez, parte superior e inferior de mi indumentaria.
Se quedó dubitativo, le cogí la mano y tiré de él hacia la habitación. Lo empujé y se cayó de culo sobre la cama. Como una pantera, me subí encima y quedó tumbado de espaldas. Sonrió. Sabía ya de qué pie cojeaba, como dice la expresión.
Comenzamos con un sexo salvaje en el que yo marqué el principio para acabar con un final más romántico en el que… ¿Me aburrí?
Puede… Ya pensaba en el siguiente trabajo.
Y aquí estoy. Apagando el cigarrillo y mirando la aplicación de mi banco en el móvil. Como siempre, puntuales con la transferencia.
Ahora toca deshacerse de la documentación falsa y pasar por recepción con mi color de cabello natural.
Voy al baño a secármelo.
Un baño, en el que vuelvo a abrir el agua del grifo de la ducha para que se lleve los restos rojos del sumidero. Lo único que delataría mi paso por la habitación.

Muchísimas gracias, como siempre, por pasarte por mi blog. Un besito ;*

PIRATAS EN RETIRO...


 


Con las manos, agarrando una botella de ron y un crucifijo, uno a uno y bajo su atenta mirada, sellaron en su día la Charte Partie (código de conducta pirata) antes de embarcar en el majestuoso naviero.
En medio de un mar bravío; tras días de sol, noches de alcohol, media docena de barcos abordados y escasez de alimentos, la tripulación comenzó a sublevarse.
No salía de su camarote. Aún quedaba para llegar al destino y esperaba no perder a muchos hombres en las peleas. Menos mal que su media docena de fieles velaban por su integridad y su nave. Eran muchos años juntos, y grandes y majestuosos tesoros encontrados que los habían hecho ricos y temidos.
Debería de dejarlo, pero oír su nombre de labios temblorosos le ocasionaba demasiado placer.
Tomó un trago observando el mapa, extendido sobre la mesa, frente a sí.
Pobres desdichados, si no se mataban entre ellos, acabarían abandonados en la isla con agua y un poco de pólvora.
«Deshechos», pensó.
Hacía dos días que había ordenado tomar cartas en el asunto y diez hombres habían sido arrojados al mar por desobediencia.
Dos habían incumplido la primera regla cogiendo y bebiendo licores cuando se había establecido el racionamiento de alimentos y todo tipo de líquidos.
Dos a causa de la segunda, ya que habían robado unas cuantas monedas de plata habiendo sido castigados con la pérdida de sus orejas. Por infortunio, se habían gangrenado y estos, habían optado por lanzarse solos por la borda.
Dos habían jugado a las cartas, escondidos (eso podía pasarse), pero con dinero.
Los otros cuatro habían sido arrojados por esconderse en algunas zonas del barco cuando estaban batallando. Los cobardes no tenían cabida allí.
Sabía que iban a tener problemas porque la tripulación estaba harta del reparto de los tesoros que había decidido. Ella y su ayudante ganaban dos partes de cada botín. El maestre, contramaestre y cañonero, una parte y media, y el resto, una parte y poco más.
Su segundo de a bordo dormía en la litera. Se giró y observó su piel brillante y bronceada. Su torso musculado, con cicatrices y tatuajes... En su mayoría letras. Las iniciales de sus víctimas. Se conocían de hacía mucho. Cuando intentó acabar con ella. Le obligó a grabarse su inicial. Pero no con tinta, sino con un hierro candente, como al ganado. Y esa “A” sobresalía roja y rosada, arrugada, sobre su pecho, encima de su corazón.
Se levantó y se cerró el corpiño, acabó de otro trago el ron y, desnuda de cuerpo para abajo, volvió a meterse bajo la manta al calor del hombre. Este refunfuñó, se giró, la abrazó y sonrió.
—Debemos de pensar cómo deshacernos de la tripulación si es que encontramos el tesoro.
Ella sonrió.
«Tengo todo decidido», pensó.
Aquel tesoro no quería repartirlo. Pensaba en retirarse, pero no se lo había dicho a nadie. Quizás se hiciera un tatuaje honorífico.

Gracias por pasarte y comentar ;*.

FOTO:MaxterTux en Pixabay

AL FINAL DE LA ESCALERA


 


Cómo duerme…
Me acerco a su rostro y percibo la suave respiración de su sueño sosegado.
Mi mano se acerca a su mejilla cubierta por un incipiente vello, pero no... no puedo tocarle.
Así hago noche tras noche.
Desde hace muchísimo tiempo.
Más del que ellos sabrían responder ante una pregunta rápida.
La cortina de la ventana, corrida casi por completo, deja vislumbrar un nuevo día. Un nuevo amanecer para él: vida.
Una lágrima intangible pugna por salir de mi ojo derecho, pero ya no me quedan, ni agua, ni albúmina, ni tampoco sal.
Debo de retirarme con mi vestido de volantes y encajes antes de que se despierten. Aunque no me vean, sé que hay estados en los que los humanos son especialmente sensibles. No quiero alterarles. No tiene ningún sentido.
Me doy la vuelta pisando mi vestido, que ondea sin peso y sin viento, y que cubre un cuerpo de formas confusas.
El hombre se agita en la cama justo cuando a mis espaldas comienzan a quedar los interminables escalones que suben hasta ese dormitorio situado en la almena del castillo, ahora reformado y convertido en hotel de lujo.
Un castillo, que fue de mi posesión y de mi familia. Que antaño quedó casi en la ruina, tras muchas guerras, actos de sabotaje varios, y después de que a nadie le interesase adquirir «cuatro piedras» en las que habría que invertir mucho dinero.
¡Cuántas noches salí de debajo de la lápida y lloré!
Siempre me pasa igual: en la puerta, con letras de metal dorado, hay una placa clavada con la palabra «Suite». Me echo atrás cuando la mujer (en su mayoría) que allí descansa, sí que tuvo la suerte de casarse y ahora está con su amado al lado. ¡Cómo podría yo, privarla de ello!
No soy nadie para elegir cuándo una persona debe de dormir el sueño eterno.
En la reconstrucción del complejo respetaron el cementerio, ahora cerrado y al que solo se puede acceder a él con una justificación mayor.
Debiera dejar de intentar encontrar a mi alma gemela. Llevo siglos así y nunca me decido por ningún hombre.
Quizás alguien se pregunte qué pasa, si no hay más habitaciones.
Sí, por supuesto. Pero en esa torre, morí yo. En la noche que debiera haber estado allí acompañada, cuando la tristeza e impotencia me pudo, decidí qué no me importaría vagar para siempre entre el mundo de los vivos y muertos.
Fui y soy observadora de los hechos, de las injusticias que se hacen los humanos unos a otros. Fui observadora, y sentí por y con todos; siempre eché de menos saber la razón por la cual, mi amado desapareció sin dejar rastro ninguno poco tiempo antes de nuestra unión. Quizás, solo quizás, me lo encuentre cuando yo salga del Purgatorio, viva otra vida y muera.
Exhalo mi último suspiro de nuevo cuando atravieso una lápida que cubre la tierra y bajo las escaleras que me llevan a mi eterno descanso dentro de esta caja de madera podrida. Me siento despacio sobre donde hace años estuvieron mis huesos. Ahora son polvo blanco mezclado con tierra y barro. Siguen atravesados por astillas, doliendo como cuando aquella, hipotética, atravesó mi corazón. Siempre lo supe, la sangre abandonaría mi cuerpo y mi delito sería castigado haciéndome vagar años y años. Haciéndome clamar y ansiar más cada día, un cuerpo en el que renacer, vivir y morir. Cuando quisiera hacerlo, desgastado, no impuesto.

De nuevo, muchísimas gracias por pasarte por estos lares. Te agradezco infinito tu tiempo.


LOS HABITANTES DEL CASTILLO


 




 

Llegué a la noche, tal y como estaba previsto, en un utilitario con más kilómetros que la biblioteca rodante de mi pueblo, un destartalado autobús que llega a las casas más apartadas, cargado de libros. Lo mismo que el panadero o el frutero, que luego nos quejamos de que los niños solo saben jugar a la consola y estar en las Redes Sociales.
El viaje me había salido por la mitad de precio y no tenía en absoluto miedo a nada que habitara en la oscuridad. Solo creo lo que veo y en su caso, palpo. Desconfía de las personas tangibles, no de los fantasmas.
Una leyenda decía que allí había espíritus. Los espíritus de una madre y una hija asesinadas, supuestamente, por el señor del lugar y el hermano mayor de la niña.
No me encontré a ningún vecino. También era normal, porque decidí ir en invierno, puesto que cuando llega el buen tiempo las zonas adyacentes se convierten en un hervidero de turistas y por la noche, de parejitas que vienen a ver las estrellas y dar rienda suelta a su pasión.
Cogí la cámara de fotos con visor nocturno y la grabadora EPV*. Me abrigué porque allí arriba hacía un frío de mil demonios, y con una linterna y varias pilas, fui subiendo por la roca hasta la entrada.
La noche tenía un efecto precioso y el cielo, tras la imponente estructura, quería asimilarse a una preciosa y lejana aurora boreal. El silencio era asombroso, lúgubre, tétrico. Me encantaba.
Pasé bajo por donde antaño hubiera una puerta y divisé las murallas a mi alrededor quedándome en medio, con las estrellas sobre mi cabeza.  Puse en marcha la grabadora, la apoyé en una piedra y tomé la cámara. Con la poca luz verdosa de la noche no veía gran cosa. La cámara tampoco lo hacía mejor, pero cada foto que capturaba, al visionarla en la pequeña pantalla después de hecha, se transformaba en una imagen digna de cualquier reportaje nocturno. Así, tomé varias, hasta que volví donde la grabadora.
Me senté, saqué un cigarro y lo encendí disponiéndome a ver lo que había inmortalizado. Fui pasando hasta que la calada al cigarro se quedó contenida. ¿¡Qué coño!?
Amplié la captura en la pantalla. En aquella foto había una mujer con una especie de camisón largo, vaporoso y amplio. Con el cuerpo rígido y con la cabeza en alto, como implorando. Tiré el cigarrillo al suelo y tomé la cámara con las dos manos pasando a la foto siguiente. En aquella estaba más cerca de mí, si bien salía casi del objetivo porque por supuesto, no la estaba fotografiando a ella. Pasé las demás imágenes y no apareció más.
Resoplando, me levanté de nuevo y cogí la linterna junto con la cámara dirigiéndome a donde se suponía estaría ella. Hice una captura, miré la pantalla y pasé al modo reproducción. Allí estaba, pero más cerca. Amplié y lo que vi me heló más que el frío que hacía allí y del que no me había dado ni cuenta. Cada vez que ampliaba (en mi cámara deja cuatro toques), la femenina cabeza dejaba de mirar al alto, para acabar deteniéndose sus ojos en los míos. Me fijé en que estaban vacíos, eran dos cuencas negras. Y su cara, una mueca de dolor que te dejaba sin aire.
Un respingo recorrió mi espalda de arriba a abajo, al fin sentí el frío y giré el selector de la cámara para apagarla. Tenía que ir a por la grabadora y ponerla allí unos minutos. De la que me giré, fue como si algo me agarrara por el hombro. Ya estaba sugestionado. Me negué, yo no me sugestiono.
Dos o tres minutos después estaba de vuelta, me senté en una piedra, coloqué la grabadora y encendí otro cigarro. Cuando terminé, la cogí y me dispuse a escuchar.
Vacío, solo un vacío... Como si no hubiera ni aire. Allí no había nada grabado. Menos mal que eran menos de cinco minutos. ¡Qué esperaba encontrar! ¿Acaso que algún espíritu me contara sus penas?
Guardé el paquete de tabaco y miré a ver qué más podía mirar por allí; a la derecha había unas escaleras hacia arriba, a la izquierda, hacia abajo, se suponía que unas antiguas mazmorras. Si quería encontrar algo, allí sería el lugar ideal. La pantalla de la grabadora ponía que quedaban 22 segundos para finalizar tan buena audición. Fui a pulsar el botón cuando lo escuché perfectamente. Una mujer clamó:
«ساعدني في إنقاذ ابنتي»
«Ayuda, salven a mi hija»
Ahí me di cuenta de que toda mi investigación había tenido al fin sus frutos. Mi ahora helada sangre formaba parte de ese lugar. Levanté la cabeza hacia donde estuviera la mujer.
—Lo siento, siento lo que te hicieron. Me avergüenzo de descender de tu hijo. Pero ahora, haré historia, ahora sabrán de vuestra desdicha. No dejaré que tu casa y tu sangre desaparezcan en el tiempo.  No hizo falta grabadora para el aullido que llegó a mis oídos. El cielo verde desapareció y se tiñó de rojo. Comenzó a llover carmín.
Al día siguiente, echaron la culpa a un escape químico en una planta cercana.
Hoy, vuelvo al lugar con un libro bajo el brazo. Unos aplausos me sacan del recuerdo, me levanto, subo al escenario y me dispongo a agradecer el Ministerio que por fin hayan accedido a aceptar las ruinas como patrimonio histórico y vayan a restaurar el lugar.
Por mi parte, cumplo lo prometido, vengo a presentar la historia de mi familia.

*EPV . Grabadora de psicofonías, parafonías o fenómenos de voz electrónica. En jerga coloquial, para grabar voces de fantasmas.

Muchas gracias por pasarte, leer y comentar.

Que las ánimas te acompañen.

ALARMA (2ª parte)




Sirvo, en dos vasos de tubo, el vino rosado y aromático de una botella de reconocida marca comercial.  Sé dónde está todo porque en la cocina, cómo no, hay también una cámara. Lo que no encuentro es aceituna ninguna. Descarto gritarle la pregunta. Tomo los dos vasos y me dirijo al salón. Allí no está.
Me acerco a la salida al porche, y a través del vidrio veo el conjunto de sillas y mesa de mármol del que disfrutan las noches de cielos despejados.
¿Dónde se habrá metido?
Dejo los vasos en la pequeña mesa del salón y saco el móvil de mi chaqueta volviendo a activar el sistema.
Tengo la intuición de que sé dónde está. Y acierto: en la habitación.
Sentada en la cama, mirando a la cámara. Con una mano, indica que me vaya a sentar junto a ella.
Sonrío, vuelvo a desactivar el sistema, tomo los vasos y voy escaleras arriba.
—No encontré las aceitunas —digo cuando llego ante la entreabierta puerta y me dispongo a usar mi pie.
—Pues aquí no vengas sin ellas. La aceituna es imprescindible para mí. Están en el armario bajo del que cogiste los vasos.
Su voz, tras la puerta entreabierta, tiene un tono sensual que me electriza.
—Yo... Pero ¿dónde dejo esto? —pregunto mirando los vasos que llevo en la mano.
—Tampoco pesan tanto.
Me encojo de hombros y regreso escaleras abajo.
Abro el mueble y allí encuentro seis latas de aceitunas. Abro una, me como varias, y echo dos en cada vaso.
Arriba abro la puerta y la encuentro sentada en la cama, con las piernas cruzadas y sus pies descalzos. Hago lo mismo a su lado y percibo su perfume herbal.
Todo lo que hablamos por teléfono, no sé qué nos pasa que no encuentro tema de conversación al estar frente a ella. Pero no soy el único. Le di el vaso y desliza la yema del dedo índice por el borde. ¿Nerviosa? ¿Aburrida?
No da ni un sorbo. Me levanto, tomo su vaso y llevo los dos hacia una cómoda. Los dejo encima de un plato de hojalata antiguo para que no quede marca sobre la cara madera del mueble y regreso hacia ella.
Me quedo de pie frente a sus rodillas y me mira. Mezcla de deseo y dubitación.
Extiendo mis manos y las toma. Yo querría levantarla, pero tira de mí y me caigo sobre su cuerpo. Percibo en mi nariz el olor de su desodorante. Mi cabeza oye sus latidos acelerados. Mis oídos están atentos a su respiración, la cabeza se mueve con su pecho arriba y abajo, con cada inspiración y expiración.
Nuestras manos han quedado unidas sobre la cama, cada uno, con los brazos en cruz. Las suelto y coge mi cuello, dándome a entender que estoy muy abajo para lo que quiere, que es que la bese. Me deslizo sobre ella y mi cuerpo arruga su falda hacia arriba.
Nuestras bocas chocan con ansia, nuestros labios se abren y nuestras lenguas intercambian sabores.
No puedo más y mis manos bajan hacia sus caderas, las cuales tienen un pequeño movimiento de lado a lado, meciéndose como una pequeña barca anclada a un puerto.
Abre sus piernas y mi pelvis se acopla a la suya. Descansa sus manos en mis nalgas y aprieta la carne haciendo que muerda sus labios y que nos quejemos haciéndolo mutuamente. Me pongo de rodillas entre sus piernas admirando la perlada piel de sus muslos. Está ruborizada y sudada por completo, el vestido se pega en la parte superior, en la inferior… En la inferior deja de tener prenda alguna mientras yo me deshago del pantalón y lo que hay debajo. Volvemos a juntar nuestras pelvis sin telas de por en medio.

Muchas gracias por pasarte. Esto es todo... ;) 

StockSnap en Pixabay.

ALARMA... (1ª parte)


 







Hace cuatro años que la conocí.
Y hace unos meses me la encontré por una conocida red social. Recuerdo aquel día, cuando yo tenía un perfil de empleo más bajo y fui a su casa de «alto estatus» para instalarle una alarma. Es más joven que yo, e iba... Fue en verano, en el sur de España, y ya sabemos el calor que hace en esa época. Salió a recibirme con un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Nada provocativo, pero es que ella da igual lo que se ponga que siempre estará imponente. Con ese halo de sensualidad, delicadeza y refinada clase.
Está y estaba casada. Y por dejar claro todo, aquel día ninguno de los dos se propasó por más que lo deseáramos. Ni siquiera le dí la mano. Perdimos el contacto y no nos volvimos a ver. Un par de cervezas más tarde, aquel día me marché de la casa donde vivía; con un pensamiento bien seguro, había encontrado a la mujer perfecta.
Sé que no tiene niños. Él no los quiere, según le dijo con tacto un día: «son un estorbo para los negocios». El «él», es un reconocido inversor financiero. Ella trabaja desde casa con temas de creación de contenido y comercio digital.
Por mi parte, le conté que al fin soy mi propio jefe. De una zona bastante amplia, el noreste de España. Que me establecí en la zona y que tampoco soy feliz en mi matrimonio. Estoy todo el día viajando y ya sabemos qué pasa cuando una de las partes no está mucho tiempo con la otra.
Me convertí en su confidente, en su paño de lágrimas, así como en su compañero de alegrías; en una especie de psicólogo al que consulta por teléfono.
Me dijo ayer que su marido estaría de viaje tres días.
Bajo su consentimiento, hace otros que la observo gracias a las cámaras.
Se lo dije ayer. Le dije que no podía más, que iba a verla. Le conté una excusa a mi mujer, que tenía un viaje de negocios —no se lo creyó, por supuesto, pues ella tiene «los suyos»—, y que volvería dentro de dos días. Me sonrío desde el sofá, donde lee y habla por el móvil sin prestar atención a nada más. Yo no tengo hijos tampoco, en este caso es «ella» quien lo decidió por puro egoísmo. Dejémoslo así, no quiero entrar en el tema.
Ahora mismo estoy a pocos kilómetros. No hay tráfico y hemos hablado hace media hora. Como buen profesional, sé dónde vive y conozco su casa de cabo a rabo. Ahora, quiero conocer su cuerpo de igual forma. Nos hemos masturbado, en la distancia, solo con las palabras. Increíble. Cuando a mí, la sangre no se me va a la entrepierna ni al ver a mi mujer desnuda.
En un semáforo miro el móvil y accedo al interior de su vivienda a través de las cámaras. En un primer momento no la veo. Pulso rápidamente los iconos de la pantalla hasta que la localizo en la habitación. Acaba de salir del baño. Con un conjunto de lencería muy sugerente y de tamaño ínfimo. Sobre la cama hay un vestido veraniego que se coloca por la cabeza de espaldas a la cámara. De repente se da la vuelta, se acerca y tira un beso. Se aleja diciendo a la lente, con la mano y el dedo índice, que la siga.
Tras de mí pegan varios pitidos.
El semáforo está verde, cambio a modo automático de nuevo y tiro el móvil en el asiento de al lado.
El pantalón empieza a incordiarme en la entrepierna.
Quedan metros, giro el volante y entro en la urbanización. Mi coche, con el reconocido logotipo de una de las mejores empresas de alarmas, no causará ninguna sospecha al entrar en la vivienda.
«Estoy aquí», tecleo cuando me detengo.
Al momento, un zumbido, y el portón se abre.
Entro por el camino de arena hasta el porche de la casa. Allí está ella, con el vestido sobre el minúsculo conjunto de lencería y los pies descalzos.
Subo las escaleras, la beso en cada mejilla y le susurro al oído.
—Déjame desconectar el sistema de videovigilancia…
—Lástima, me gustaría tener constancia de este encuentro.
La miro, sorprendido. No contaba con que fuera tan directa.
—Por suerte, por y para mi trabajo, dispongo de cámara de vídeo.
Se da la vuelta y entra en la casa.
—¿Sirves un vermut? Ya sabes dónde está la cocina. Allí, instalaste el panel de la alarma y bebimos dos cervezas hará mañana cuatro años.
—Lo sé. Te he comprado algo.
Ahora, la asombrada es ella, que sonríe y se dirige al salón.


(to be continued...)

Gracias por pasarte y comentar (o no), pero con independencia, gracias de nuevo. 

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