NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

LOS HABITANTES DEL CASTILLO


 




 

Llegué a la noche, tal y como estaba previsto, en un utilitario con más kilómetros que la biblioteca rodante de mi pueblo, un destartalado autobús que llega a las casas más apartadas, cargado de libros. Lo mismo que el panadero o el frutero, que luego nos quejamos de que los niños solo saben jugar a la consola y estar en las Redes Sociales.
El viaje me había salido por la mitad de precio y no tenía en absoluto miedo a nada que habitara en la oscuridad. Solo creo lo que veo y en su caso, palpo. Desconfía de las personas tangibles, no de los fantasmas.
Una leyenda decía que allí había espíritus. Los espíritus de una madre y una hija asesinadas, supuestamente, por el señor del lugar y el hermano mayor de la niña.
No me encontré a ningún vecino. También era normal, porque decidí ir en invierno, puesto que cuando llega el buen tiempo las zonas adyacentes se convierten en un hervidero de turistas y por la noche, de parejitas que vienen a ver las estrellas y dar rienda suelta a su pasión.
Cogí la cámara de fotos con visor nocturno y la grabadora EPV*. Me abrigué porque allí arriba hacía un frío de mil demonios, y con una linterna y varias pilas, fui subiendo por la roca hasta la entrada.
La noche tenía un efecto precioso y el cielo, tras la imponente estructura, quería asimilarse a una preciosa y lejana aurora boreal. El silencio era asombroso, lúgubre, tétrico. Me encantaba.
Pasé bajo por donde antaño hubiera una puerta y divisé las murallas a mi alrededor quedándome en medio, con las estrellas sobre mi cabeza.  Puse en marcha la grabadora, la apoyé en una piedra y tomé la cámara. Con la poca luz verdosa de la noche no veía gran cosa. La cámara tampoco lo hacía mejor, pero cada foto que capturaba, al visionarla en la pequeña pantalla después de hecha, se transformaba en una imagen digna de cualquier reportaje nocturno. Así, tomé varias, hasta que volví donde la grabadora.
Me senté, saqué un cigarro y lo encendí disponiéndome a ver lo que había inmortalizado. Fui pasando hasta que la calada al cigarro se quedó contenida. ¿¡Qué coño!?
Amplié la captura en la pantalla. En aquella foto había una mujer con una especie de camisón largo, vaporoso y amplio. Con el cuerpo rígido y con la cabeza en alto, como implorando. Tiré el cigarrillo al suelo y tomé la cámara con las dos manos pasando a la foto siguiente. En aquella estaba más cerca de mí, si bien salía casi del objetivo porque por supuesto, no la estaba fotografiando a ella. Pasé las demás imágenes y no apareció más.
Resoplando, me levanté de nuevo y cogí la linterna junto con la cámara dirigiéndome a donde se suponía estaría ella. Hice una captura, miré la pantalla y pasé al modo reproducción. Allí estaba, pero más cerca. Amplié y lo que vi me heló más que el frío que hacía allí y del que no me había dado ni cuenta. Cada vez que ampliaba (en mi cámara deja cuatro toques), la femenina cabeza dejaba de mirar al alto, para acabar deteniéndose sus ojos en los míos. Me fijé en que estaban vacíos, eran dos cuencas negras. Y su cara, una mueca de dolor que te dejaba sin aire.
Un respingo recorrió mi espalda de arriba a abajo, al fin sentí el frío y giré el selector de la cámara para apagarla. Tenía que ir a por la grabadora y ponerla allí unos minutos. De la que me giré, fue como si algo me agarrara por el hombro. Ya estaba sugestionado. Me negué, yo no me sugestiono.
Dos o tres minutos después estaba de vuelta, me senté en una piedra, coloqué la grabadora y encendí otro cigarro. Cuando terminé, la cogí y me dispuse a escuchar.
Vacío, solo un vacío... Como si no hubiera ni aire. Allí no había nada grabado. Menos mal que eran menos de cinco minutos. ¡Qué esperaba encontrar! ¿Acaso que algún espíritu me contara sus penas?
Guardé el paquete de tabaco y miré a ver qué más podía mirar por allí; a la derecha había unas escaleras hacia arriba, a la izquierda, hacia abajo, se suponía que unas antiguas mazmorras. Si quería encontrar algo, allí sería el lugar ideal. La pantalla de la grabadora ponía que quedaban 22 segundos para finalizar tan buena audición. Fui a pulsar el botón cuando lo escuché perfectamente. Una mujer clamó:
«ساعدني في إنقاذ ابنتي»
«Ayuda, salven a mi hija»
Ahí me di cuenta de que toda mi investigación había tenido al fin sus frutos. Mi ahora helada sangre formaba parte de ese lugar. Levanté la cabeza hacia donde estuviera la mujer.
—Lo siento, siento lo que te hicieron. Me avergüenzo de descender de tu hijo. Pero ahora, haré historia, ahora sabrán de vuestra desdicha. No dejaré que tu casa y tu sangre desaparezcan en el tiempo.  No hizo falta grabadora para el aullido que llegó a mis oídos. El cielo verde desapareció y se tiñó de rojo. Comenzó a llover carmín.
Al día siguiente, echaron la culpa a un escape químico en una planta cercana.
Hoy, vuelvo al lugar con un libro bajo el brazo. Unos aplausos me sacan del recuerdo, me levanto, subo al escenario y me dispongo a agradecer el Ministerio que por fin hayan accedido a aceptar las ruinas como patrimonio histórico y vayan a restaurar el lugar.
Por mi parte, cumplo lo prometido, vengo a presentar la historia de mi familia.

*EPV . Grabadora de psicofonías, parafonías o fenómenos de voz electrónica. En jerga coloquial, para grabar voces de fantasmas.

Muchas gracias por pasarte, leer y comentar.

Que las ánimas te acompañen.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho el relato! Me hizo recordar aquellos tiempos en los que escuchaba por la radio las psicofonías que emitía en su programa Íker Jiménez🙈🙈😄😄 Disfruto con este tipo de historias. Y me gustó el final! Qué importante es el cuidado de nuestro patrimonio histórico cultural!!

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