MATA HARI
Te veía en televisión, en ruedas de prensa y víctima de la desolación. No teníais pruebas, creíais que era un hombre; y decido que esta noche, de mi sepas hasta mi nombre.
Te espero en el bar, te fijas en mí, alguien vulgar; con quien compartir. Me invitas a beber, dejándote mi afirmación, claro, el fin que la noche va a tener. Sé que vives cerca, en ese pequeño apartamento porque tu mujer te abandonó con las cuentas al descubierto.
Consigo que subas las escaleras, tengo que abrirte la puerta, y apoyarte en la pared, porque no ves apenas.
Me pides que espere en el salón, te darás una ducha fría para quitarte la borrachera, y reavivar la tensión.
Oigo
el agua en el baño, aprovecho y voy a tu habitación, busco tu arma, la tomo, y me siento en el sillón. Las esposas colocadas sobre la cama, esperan órdenes
que deberán ser ejecutadas.
Cuando sales estoy casi sin ropa;
solo llevo mi lencería, mis zapatos y mis medias de rejilla.
Por tu respiración, creo que recuerdas, que hacia tiempo había jugado
al poli y al ladrón, siendo yo pequeña. Confirmo que tu ser se despierta; por verme
con las piernas y la blusa, abiertas.
Te pido con el arma, que te acuestes en la cama; que y ahí, sobre el colchón, juegues con la tuya para mi satisfacción.
Me levanto
y te apunto, sugiriendo un cambio de escena. Ahora dejaŕe mi arma, y agarraré la de tu entrepierna.
No se sí me detendrás por comportamiento inadecuado, por algún delito de ley, aunque a nada te estoy obligado. Esposo tus manos al cabecero, mientras siento en los muslos, tu caliente aliento de deseo.
Retrocedo, estoy detenida; tu arma está cargada y eres la autoridad, me coloco sobre ella y me someto a su voluntad.
Justo cuando disparas, descubres la verdad.
Foto: Murat Esibatir, Pixels
Interesante el doble juego de armas y la turbiedad del sexo entre personajes extraviados
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