NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

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SAN JUAN -23


 

 

Había una vez un pequeño pueblo en el que se decía que vivían brujas malvadas. Los aldeanos evitaban pasar cerca de la casa de la bruja más poderosa, que se encontraba en lo alto de una colina. Un día, una joven llamada Ana, de escultural cuerpo y fuerte carácter, decidió explorar la casa de la bruja tan temida. Al entrar, tras esperar a ver desaparecer la figura encorvada de la bruja entre los árboles, encontró un libro de hechizos y comenzó a leerlo en voz alta con voz burlona. De repente, la casa comenzó a temblar y una figura oscura apareció en la puerta. ¡La bruja! La había tendido una trampa. Ana intentó huir, pero la mujer la atrapó y la llevó a su caldero ante el que la desnudó, observó sus blancas carnes y le pasó un afilado cuchillo sobre sus tersos pechos, sobre el esternón, y bajó hasta su ombligo, donde paró y girándose, comenzó a preparar una poción para convertir a Ana en una de sus aprendices: su sucesora. Ana, asustada, intentó escapar, pero la bruja la atrapó de nuevo, se abalanzó sobre ella y quedó cara a cara. Olía muy bien, a piel joven, a...

De repente, un grupo de aldeanos irrumpió en la casa (interrumpiendo también lo que empezaban a ser pensamientos lascivos) y logró rescatar a Ana. Desde ese día, la muchacha se convirtió en la protectora del pueblo y juró nunca más volver a acercarse a la casa de la bruja. Esta, desapareció un día sabiendo que tenía digna sucesora. Se internó en el lago, las aguas comenzaron a hervir y al poco su esqueleto se desplomó en el fondo.

Feliz noche, brujas. 

Gracias por pasaros.

Foto:Pexels

ROJA NAVIDAD...


 

Y Papá Noel trajo el hacha al leñador…

A un Papá Noel que duerme, exhausto, todavía con la ropa, las barbas y el gorro, boca abajo sobre un colchón de motel.

Maldito encargo.

Las fiestas navideñas son para pasarlas en familia, y no debo de pensar en que acabo de fastidiarlas a una. Necesitaba el dinero porque la mía, de este modo, sí tendría cómo y con qué festejarlas.

El trabajo está mal. ¡Cómo para exigir o tener remilgo alguno!

Con lo que me había costado encontrar el ideal para observar algo más acerca de ellos y su vida, y trazar el plan perfecto.

La maldita y consentida mocosa, día tras día, se subía a mis rodillas y con voz chillona pedía un juguete diferente. Malcriada de las narices.

Mientras tanto, su madre tomaba fotos con un móvil de carcasa dorada y piedrecitas de colores formando los pétalos de una cursi flor que pareciera dibujada por un niño de la edad de su hija.

Esta, todavía tenía el descaro de confesar que menos mal que los Reyes Magos venían después, ya que año tras año, Papa Noel —o sea, yo. Incluso me recriminó— no le dejaba bajo el árbol todo lo que había pedido.

Basándome en la realidad alegué que eran recortes de personal. Pocos elfos querían trabajar de noche sin percibir un salario más alto.

¿¡Qué diablos hacía yo hablando de economía con una cría de seis años!?

Pero es un trabajo.

Y ese trabajo salió bien.

Rojo sobre rojo, pasa desapercibido.

El pelo blanco es sintético.

Llevo guantes en las manos, como es tradición…

Una notificación del móvil me saca de mi duermevela. Me doy cuenta de que los guantes están cuarteados y menos blancos de lo que debieran y me cuesta agarrar el maldito cacharro.

Me acaban de hacer un ingreso.

Es bueno desperezarse tranquilamente cuando despiertas. Me giro, la barba está a juego con los guantes y ofrece cierta tirantez a mi piel.

Hoy es veinticuatro de diciembre, la gente está agobiada y corriendo de un lado para otro. Pasaré por el hipermercado antes de ir a casa. Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad.

Hoy llegará Papá Noel a muchos hogares.

Pero al de la mocosa, no.

Tampoco lo harán los Reyes Magos, pero para ese día quizás no pida cosas materiales…

Si es que se veía venir… De tales palos, tal astilla.

Pero gracias a esos palos, tengo trabajo y Papa Noel vendrá a mi casa hoy.

Muchísimas gracias por pasaros... Id preparando la Navidad ;). 

Foto de Pexels.

EL OJO DE SEJMET...


 


Un haz de luz ilumina la excavación.

El cielo está rojo y los rayos amarillos se vislumbran perfectamente. Como en una tormenta de verano, cuando no hay nubes.

El fuerte viento comienza a traer una especie de ceniza marrón hasta nuestros rostros. Delante de la tolvanera y bamboleándose entre las dunas, los todoterrenos de algunos compañeros avanzan enloquecidos.

Varias personas, con plásticos y tablas, llegan hasta nosotros, que ya nos asemejamos a unas croquetas con generoso rebozado.

Pequeños remolinos de polvo hacen que se nos seque la boca, que se tapone nuestra nariz y que se irriten nuestros ojos.

Los pulmones comienzan a pesar. Dos compañeros tiran de mí.

Los plásticos y tablas ya cubren la fosa y los incipientes huesos, pero no va a ser suficiente. De un manotazo, me suelto y corro por la ladera de la excavación hacia uno de los vehículos. Uno de mis compañeros, corriendo en contraria dirección, con gestos me pregunta qué narices estoy haciendo. No presto atención y se gira, siguiéndome.

Entro al coche y arranco el motor. Él se sienta al lado diciéndome que estoy loca, que en su parte de la excavación desapareció todo.

Estamos ante una tormenta de fuerza descomunal.

¡Comienza a llover!

Los limpiaparabrisas se rompen al momento a causa de la masa color rojizo que cubre el vidrio. No tengo ni idea de por dónde voy a bajar a donde quiero. De repente, nos inclinamos hacia adelante, hacia el vacío. Y caemos.

La defensa del coche toca la arena del fondo y con un sonido lastimero de la carrocería, se desprende. Nuestras cabezas pegan en el techo cuando las ruedas traseras quedan a la altura de las delanteras.

Acelero, patinan.

¡Más despacio!, grita mi compañero no sabiendo dónde colocar las manos por si volcamos.

Lo hago y el coche avanza. Sigo sin ver.

Espero no cargarme el descubrimiento del siglo: un osario, restos humanos, soldados apilados junto con sus lanzas, arcos, escudos y demás armas. Sobresalen los huesos de un felino grande, sobre ellos y con una expresión tal y como si el animal hubiera sido enterrado con vida.

Lo descubrimos por la mañana y el cielo se tiñó de rojo, pero el servicio de avisos no detectó nada.

Gracias a la sombrilla calculo dónde estamos y paro el coche.

La lluvia es roja como la sangre.

El viento arrecia. El coche parece querer levantarse. Dentro, nos abrazamos y cerramos los ojos. Algo impacta contra la ventanilla. Deja una mancha carmín. Más golpes. Algún alarido.

El viento brama.

Son unos diez minutos horribles en los que por fortuna, no salimos volando.

Sentimos un vacío y entreabrimos los ojos. Las ventanillas están teñidas con los colores de las puestas de sol.

A duras penas, abrimos las puertas. Hay como treinta centímetros más de arena sobre el suelo.

Y muchos bultos, como las jorobas de los camellos, como si bajo la arena hubiera un dragón.

Bajo la arena están los cuerpos de los desobedientes, los indiferentes, los que de verdad no protegieron a Sejmet.

Muchas gracias por vuestro tiempo.

Foto: Taryn Elliott en Pexels.

BLANCANIEVES Y «LOS SIETE», EN BÚSQUEDA DE SEIS...


 


 —Ya os lo decía yo, que soy Sabio, que «esta» no era como la del cuento, que nos la iba a liar.
—No me digas, si yo era el que estaba «mosca» con su actuación. Además, ¡cómo va vestida! Con razón la Madrastra la echó de casa —añade Gruñón.
—Pues yo estoy feliz, qué queréis que os diga. Es más, incluso, me gustaría no tener que compartir semejante mujer. Y encima, quiere ir a buscar a otros. ¡Insaciable, la chica!
—Fíjate, Feliz, a mí me da igual que seamos muchos. Ando toooodo el día cansado. Así no se puede ir a trabajar después —le replica Dormilón a este.
—Yo lo que quiero es ser el primero, pero se pone como nuestra chimenea en pleno invierno y nos usa a su antojo y desorden —suspira Tímido.
—¿Tú no dices nada? —pregunta Mocoso a Mudito.
Este, menea la cabeza, señala su entrepierna, se pasa la mano por la frente quitándose un sudor imaginario y sopla.
—Vamos, caminad. Ja, ja, ja... Me siento como la Cruella paseando a los perros... ¡Vamos, perritos, a buscar a vuestros amiguitos!
Y así, cantando esta rima, caminaban a través de llanuras y cimas. Blancanieves, en mente tenía encontrar al resto de la familia. Sabía que otros seis existían, cada uno con su particularidad, y debía aprovechar la circunstancia… Pues quizás el príncipe, no tardase en llegar. El cuento es el cuento…

Espero que os haya sacado unas risas. Gracias por pasaros.

EL ÚLTIMO PARTIDO


 


 (Ojo, puede herir sensibilidades. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Además de desgracia. Recordad que también soy escritora de terror)

Invierno. Duele respirar, se lloran los ojos, y el aliento se suspende en el aire. Las aceras resbalan a causa del frío de la noche. Pocas son las personas que se atreven a estar afuera de sus casas. Una espesa niebla hace del momento, el ideal para jugar el partido.
El campo de balonmano está a las afueras del pueblo, abandonado entre maleza. Con el suelo resquebrajado y los vestuarios vandalizados. Con unas porterías herrumbrosas y sin red; una sombra de lo que fue.
Desde el accidente de autobús nadie quiso volver a formar un equipo de nada. Tampoco nadie quiso volver a pisar el campo. En las verjas de la entrada hay de continuo ramos de flores y velas.
De entre la niebla surge un autobús de modelo antiguo, que estaciona delante del altar. Las puertas se abren y varios muchachos con aspecto demacrado, gris y sucio salen de su interior. Las flores se tornan negras y pierden sus pétalos, y las velas se encienden. Los focos del campo, a los que no llega ningún tipo de corriente eléctrica, también.
Nada más pisar el suelo, las ropas de los muchachos cobran vida. Amarillos, rojos, verdes y azules. Las grietas del cemento se sellan y la maleza se retrae. Las porterías se quejan al recomponerse y enderezarse, las redes son tejidas por arañas gigantes e invisibles.
Entre la niebla aparecen otros muchachos con sus bicicletas, el vaho de sus bocas es visible, al contrario que el de sus compañeros. Las dejan apoyadas en un muro y avanzan. El marcador se enciende; 0 para el local y 0 para el visitante.
El partido que nunca se jugó por fin tiene fecha, hora y momento. Unos cuantos años después, y entre el equipo local y los nietos de los integrantes del equipo visitante.

EL POZO


 


 

Aurelia Parrales, periodista local en el periódico de «La Asturias que chilla», de Asturias, claro, se decidió por fin a investigar las extrañas desapariciones acontecidas en el Camping Municipal de la Roca el Trasgu hacía unos treinta años. Llegó, salió del coche, se estiró, y crujieron todas sus articulaciones porque el dolor de huesos y agarrotamiento en una zona con humedad es lo común.  Hacía frío, pese a ser principios de otoño, y el suelo estaba cubierto de colores dorados; de las hojas que dejaban desnudos a los árboles.
Cogió el bolso, cerró el abrigo y el coche, y avanzó rápida entre la hojarasca.
Con el cambio de hora y en aquel lugar a la sombra de la inmensa roca, en breve no se vería ni delante de las narices. Miró hacia arriba, unos apliques de cuando su abuela era pequeña colgaban de unos inmensos troncos de eucalipto asentados en la tierra.  Antiguos guías para los habitantes de un pueblo ganadero ya extinguido. Parecían guirnaldas en un árbol de navidad, de rama a rama.
En algunas de las cabañas había luz. En la recepción una señora mayor arrugadita como si hubiera estado al sol días seguidos sonrío con tal gesto, que pareció que la piel se le iba a deshacer.
Aurelia la saludó, sacó un papel del bolso con el número de cabaña y aún tuvo que esperar a que la ancianita se levantara de la silla.
***
La cabaña no estaba tan mal. Después de convencer a la señora de que la elegía por ser la más apartada, pagándole el doble, ahí estaba; con la puerta recién abierta y estornudando a causa del polvo que se había puesto en movimiento al entrar. Hacía tiempo que nadie se hospedaba allí, daba fe de ello. Cerró la puerta y un vacío la envolvió. Comenzó a emanar un olor pútrido similar a un desagüe con restos de todo lo asqueroso e imaginable, y a sus estornudos, se añadieron unas ganas de vomitar tremendas. Lo que ocasionó, que casi se ahogara.
Caminó taconeando el suelo, hasta que sus oídos percibieron el sonido hueco. Recordó la foto, aquella antigua donde se veía el pozo y su enclave. Un desprendimiento de rocas, incluida la mole que da nombre al camping, enterró todo casi en su totalidad.
Las personas temían por más y las tierras se intentaron vender a bajo precio. Así que dejaron de construirse casas en la cercanía de los acantilados, y una familia, un día, hace bastantes años, decidió invertir en los terrenos con un pequeño alojamiento rural. Tenían seis cabañas esparcidas en la subida de la montaña, y abajo en la llanura, podían estacionar caravanas e instalarse tiendas de campaña.
Se arrodilló y tiró de un listón de madera del suelo. Arañó las manos, pero le daba igual. Un olor nauseabundo la hizo vomitar la fabada que se había comido en un bar de carretera.  Sacó una linterna del bolso del abrigo e iluminó la oscuridad. Tierra oscura, mohosa, suelta y con bichitos, que con una mano comenzó a remover. Hasta que sus dedos tocaron piedra. Se deshizo de dos tablones más y la sangre de sus manos comenzó a caer sobre la tierra. El olor desapareció, se puso la linterna en la boca, y con ellas escavó.
—Mamá... Hola.
Allí estaba el pozo donde su madre, cuando ella era pequeña, se había caído un día. No habían podido localizar su cuerpo porque decían que la sonda no llegaba nunca a encontrarse con el fondo. El pozo que siempre había aportado agua a la casa de sus abuelos y la que usaron para el ganado.

Muchas gracias por pasarte por aquí.

UN PROPÓSITO EN LA VIDA


 


 

Neko Larraz dice ser el pediatra desde hace unos años en un pequeño pueblo en el que cada vez hay menos niños. Eso es lo que las gentes saben de él.
De madre japonesa y padre español, decidió cursar su carrera en la tierra de su madre y regresar a la de su padre para trabajar. De estatura baja, delgado y con varias arrugas en sus ojos a causa de su  semblante risueño, todas las mañanas espera oír las historias de miedo que le cuentan los pequeños.
Fantasmas, monstruos y brujas... Cantidad de seres determinados y sin determinar aparecen bajo las camas, tras las puertas de los armarios, y en el baño cuando se levantan en la noche y no pueden encender la luz.
Los cachorritos humanos y sus miedos... Pero para eso está él allí. Él y su familia.
Por las mañanas se dedica a escuchar a padres afligidos y niños asustados sentados al otro lado de la mesa, e intenta dar soluciones. Tiene un Don para tranquilizar a unos y a otros.
Por las tardes regresa a casa pensando que por fortuna sus hijos no son así. No tienen miedo a monstruos y mucho menos a la oscuridad. Son muy cachorros aún y no poseen la facultad de alternar su forma.
Cuando regresa, en el jardín de la casa, deja su maletín escondido debajo del inmenso gnomo de cerámica con seta incluida. Mira y olisqueaba alrededor, y después se sienta y cierra los ojos.
Lo siguiente es entrar a través de la gatera de la puerta trasera de la cocina. Allí están sus dos hijos y Musume, su pareja, esperándolo con comidas de diferente sabor, que ella se encarga de pedir por internet.
Intentan mantener como pueden la buena apariencia de la casa. Así que Musume, por las mañanas, también alterna su forma y hace las labores domésticas. De la parte de afuera se encarga Neko cuando los vecinos duermen, normalmente antes de irse a trabajar. Los gatos madrugan mucho y son sigilosos. Por suerte las casas más cercanas están a un cuarto de kilómetro.
Llevan así años; desde que su dueño, ya viudo, falleció. Nadie se enteró y comieron su carne y bebieron su sangre al no disponer de alimento. Ahí comenzó todo. Con ayuda de la oscuridad, un día enterraron los huesos junto con su mujer. Después tuvieron que inventarse la historia de Neko. Por suerte, la mujer de su dueño había sido historiadora y no fue difícil conseguir documentos falsos e inventarse una historia. El simbólico lenguaje no es fácilmente entendible para muchos humanos y los documentos fueron admitidos sin mucha demora. Algunas noches, sus peludos y elegantes cuerpos se sientan sobre su tumba y les hablan en japonés y español.  Los gatitos, que llevan el nombre de sus dueños, no pueden hablar siendo todavía cachorros, pero observan todo con atención. Algún día serán importantes en la vida de una persona y su cometido ahora es aprender.

Foto:Prawny en Pixabay


LA BELLA Y EL BESTIA


 


Bella tenía dos hermanas
y un padre arruinado;
ellas se comportaban como cortesanas
y su padre vivía resignado.
Un día se perdió en el bosque
y acabó en un castillo
en donde durmió y desayuno chocolate,
y telas quiso robar haciéndose el pillo.
Mas salió un hombre peludo,
con cuernos, garras y rabudo
y le solicitó que para resarcir,
una de sus hijas debía de cumplir.
Así lo dijo en casa más tarde
y Bella se ofreció ante las dos cobardes.
—Padre, lo mismo me da lo que tenga que hacer si con ello evito que muera usted.
Bella llevaba días allí
y aún no había visto al ser
tenía todo para sobrevivir,
pero también, quería saber quién y cuándo la iba a poseer.
Una noche, en la que estaba sentada en el piano
las puertas se abrieron
y el libro se cayó de la mano.
—Perdóneme, yo... Me senté en el piano sin pensar. Endenderé lo que usted quiera considerar.
Las llamas de las velas se apagaron
la bestia se acercó,
y sus ojos se encontraron.
Bella no se asustó en absoluto
dejaría que bestia la poseyera
bajó los ojos a su atributo
y por respuesta, recibió un «espera».
Bestia le hizo una reverencia y le entregó una rosa.
—Bella, no te tocaré hasta que quieras ser mi esposa.
La muchacha cogió la flor entre sus manos.
—Señor, yo he venido a cumplir con lo acordado.
—Bella, yo no quiero tu cuerpo, no soy tan desconsiderado.
—Señor, no se haga el considerado, pues bien mi padre me contó lo que estipularon.
Por respuesta, la bestia salió dejándola sola, sin luz y sentada sobre el piano de cola.
Pasaron los días y recibieron aviso de que el padre de Bella estaba enfermo.
—Bestia, necesito ir a verlo, llevo días que no duermo.
—Te dejaré ir con una condición, que regreses para no romper mi corazón.
—Así lo haré, ¡volveré!
Pero pasaron varios días y Bella no se acordaba de la Bestia siquiera.
Hasta que una noche soñó, que estaba en el jardín a punto de llegar a su fin.
Apresurada cogió una montura y cruzó la noche echándose reproches.
El castillo había cambiado;
zarzas lo tenían invadido,
las rosas habían muerto
y todo estaba desconocido.
Vio a bestia en el suelo
y se acercó sin consuelo.
—Bestia, perdóname. Se me escapó el tiempo, ¡lo lamento!
Los ojos del animal la miraron sin vida
Se inclinó hacia él, vencida.
—Me casaré contigo, pero por favor, no te mueras todavía.
Entonces, en sus hombros sintió unas manos
como las de los humanos;
abrió sus ojos llorosos
y vio al hombre más maravilloso.
—Una bruja me maldijo bestia hasta encontrar el amor verdadero…
Bella se subió sobre él con empero.
—Como usted me dijo, ahora que he aceptado casarme le exijo. Ámeme como el animal que fue.

Gracias por pasaros, os recuerdo que tenéis mi canal de Youtube e Ivoox para deleite de vuestros oídos...

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Foto: SquareFrog Pixabay

LA GATITA DE EYRE


 


Hola, muchas y muchos ya me conocéis porque mami se ha encargado de ello. Y también sabréis, que soy protagonista de un libro «Mina, casi humana» y co-protagonista de otro, «Llega la noche, Eyre».

Sin entrar en más explicaciones sobre ellos, aquí y ahora, voy a contar por qué mi personaje del segundo es... Como es…

¡Cámara y acción!

Corrían los años 60, año arriba, año abajo y, como muchos gatitos callejeros y salvajes, vivía pasando frío en la calle. De aquella, la gente no tenía casi para alimentarse ellos, y bien poco, podían hacerlo con las colonias gatunas.

Un día, un señor muy elegante, se paró ante mis hermanos y yo, que estábamos comiendo unas raspas de sardina. Mis hermanas y hermanos salieron disparados y yo, no sé por qué, no. Se agachó y me tocó la cabecita. Olía bien, los gatos percibimos vuestras hormonas y al instante, supe, que le gustaba. Subí mi rabito y froté la cabecita contra su mano. Entonces él, con las dos, cogió mi delgado cuerpo y me resguardó dentro de su abrigo. Me iba hablando bajo, con cariño, y yo estaba la mar de a gusto con su calor corporal.

Caminamos por la oscuridad un tiempo y después, llegamos a una casa tan grande, que su tejado se perdía en el cielo. Un cielo, oscuro; oscuro como boca de lobo.

Entramos en la casa, estaba silenciosa, y noté al hombre nervioso. Yo, no. Simplemente estaba a la expectativa. En un lugar frío y con humedad, me dejó sobre una tabla de madera. Me senté, y lo observé. Apareció una caja de cartón con agujeros y una cinta roja. Me miró, sonrió, y me habló abriendo la caja.

Salté adentro y me senté, mirándolo. No hacía falta nada más. Olía su ilusión. La cerró con una tapa y mientras me hablaba con cariño, vi que a algunos agujeros, la cinta los cubría. Comenzó a caminar y yo, por uno de esos agujeros, fui viendo por dónde íbamos. Pasamos a otro lugar más iluminado y subimos por una escalera. Sus pasos resonaban, se detuvo... Delante de mí había una puerta. Sonaron unas bisagras y... Vi a mamá…

Bueno, mamá, no; la de mentira, Eyre... Que nos liamos. Recuerda, que estoy hablando de mi personaje.

Sigo…

Tenía una voz maravillosa y estaba emocionada. Los dos se hablaban con cariño. Dejaron mi caja sobre una mesa y al poco, la cinta que había tapado los agujeros, desapareció. La tapa se comenzó a levantar y... Vi a una mujer de piel blanca, inmensos ojos azules, pelo rubísimo y una hermosura que hacía daño.

Me tomó con suavidad por debajo de mis patitas anteriores y me arrimó a su pecho. Estaba fría, pero, al momento dejé de querer al señor, para quererla más a ella. Mi corazoncito había elegido. Me dio millones de trillones de besos helados. Al señor, unos menos.

🐱🐱🐱🐱🐱

Crecí feliz, haciendo compañía a Eyre y a Marco, y siendo mimada por absolutamente todos los habitantes de la casa. Comprendí, que eran diferentes unos de otros. Marco, era quien era diferente...

Con el tiempo, me comencé a encontrar mal. Muy cansada; me faltaba el aire, tenía poca energía... Fuimos a ver al médico de los gatos y el diagnóstico fue fatal. Para mamá, más que para nadie (ojo, mamá Eyre, aunque esto tiene que ver con mi pura realidad).

Comencé a empeorar y a ver a Eyre muy triste. Un día, ella y Marco hablaron a escondidas de mí. Ese mismo día, cuando estaba dormida, sentí los besos helados de mamá y..., sus dientes sobre mi cuello. Dolió, vaya que sí. Me dormí de nuevo, y después desperté diferente.

Sentía unas ganas de correr enormes, una fuerza como la de un león, un hambre como si fuera una pantera, pero... Oh, solo me apetecía una cosa: sangre…

Dedicado a todos los gatitos con Inmunodeficiencia Felina.

EL CAMPOSANTO


 



 

El estruendo de los pájaros me despierta. Miro por la ventana y constato una neblina considerable. A lo lejos, en nuestro cementerio particular, creo ver una silueta. Con la colcha por capa y sin despertar a nadie, bajo la escalera, tomo una linterna de un cajón del taquillón de la entrada, y abro la puerta.


Unos cuantos cuervos se espantan. Ahora, me acompañan. El suelo susurra mis pasos. Por contra, los árboles están mudos. Siento y oigo mi respiración. Quizás, no debiera haber salido sola del caserón. Hace solo cuatro días que nos hemos mudado. El cementerio privado fue algo que nos llamó la atención el primer día, pero tenemos tanto que hacer en la casa, que no hemos vuelto a bajar hasta aquí. Hay una pequeña portilla, oxidada, medio inclinada; abierta. Los pájaros se colocan formales sobre la verja que rodea el pequeño cementerio. Se callan, ni un graznido. Los susurros de mis pies, cesan. Los árboles siguen callados.

Escucho, y nada. Los pájaros están tranquilos, y deduzco, que de haber alguien, no lo estarían. Con el haz de la linterna ilumino todo. Nada se mueve. Hace frío y decido regresar a la casa. Me doy la vuelta y alumbro el camino de regreso. Salgo de la espesura del bosque y miro al frente. ¿Dónde está la casa? Entrecierro los ojos y fuerzo la vista. Camino un poco más; seguro es por la niebla. Me giro e ilumino a mi alrededor. Nada.

Gracias especiales a mi artista y amiga, Lola Domínguez, por poner mi cabeza en funcionamiento. 

 

CAPERUCITA


 



Marianela, recuerda la última conversación con su madre. Era una tarde con mucha niebla e iban, como casi todos los días, a casa de la abuela a llevarle comida. Atravesaban el bosque que separaba una casa de la otra porque era más rápido. Ir por la carretera era dar muchas vueltas. Siempre contaban con volver cuando aún hubiera luz. En caso contrario, su madre decía que era peligroso. No sabía cuánto.

—Mami, porfa, me quiero quedar con el lobo. Llevémoslo a casa...

—No podemos, Marianela, es un animal salvaje.

—Pero mamá, está aquí a mi lado y no hace nada. Además, es pequeño, podríamos criarlo...

—He dicho que no; y levántate de ahí, que vas a teñir tu vestido blanco.

—Me da igual. —Marianela se cruzó de brazos y arrugó la nariz—. Si no me dejas, yo... Yo...

—Tú, ¿qué?

La niña se levantó y  miró al animal.

—Lo siento, ya te dije que mamá no nos iba a dejar estar juntos...


Minutos más tarde, una niña buscaba salir del bosque junto a un hermoso lobo. Su madre había tenido razón y su vestido se había teñido; de rojo.

Foto: Eagle_Arts en Pixabay.