EL CAMPOSANTO
El estruendo de los pájaros me despierta. Miro por la ventana y constato una neblina considerable. A lo lejos, en nuestro cementerio particular, creo ver una silueta. Con la colcha por capa y sin despertar a nadie, bajo la escalera, tomo una linterna de un cajón del taquillón de la entrada, y abro la puerta.
Unos cuantos cuervos
se espantan. Ahora, me acompañan. El suelo susurra mis pasos. Por
contra, los árboles están mudos. Siento y oigo mi respiración.
Quizás, no debiera haber salido sola del caserón. Hace solo cuatro
días que nos hemos mudado. El cementerio privado fue algo que nos
llamó la atención el primer día, pero tenemos tanto que hacer en
la casa, que no hemos vuelto a bajar hasta aquí. Hay una pequeña
portilla, oxidada, medio inclinada; abierta. Los pájaros se colocan
formales sobre la verja que rodea el pequeño cementerio. Se callan,
ni un graznido. Los susurros de mis pies, cesan. Los árboles siguen
callados.
Escucho, y nada. Los pájaros están tranquilos, y deduzco, que de haber alguien, no lo estarían. Con el haz de la linterna ilumino todo. Nada se mueve. Hace frío y decido regresar a la casa. Me doy la vuelta y alumbro el camino de regreso. Salgo de la espesura del bosque y miro al frente. ¿Dónde está la casa? Entrecierro los ojos y fuerzo la vista. Camino un poco más; seguro es por la niebla. Me giro e ilumino a mi alrededor. Nada.
Gracias especiales a mi artista y amiga, Lola Domínguez, por poner mi cabeza en funcionamiento.
Es una manera jodida de descubrir que se ha pasado al otro lado .
ResponderEliminarSí... ¿Y qué o quién habrá ahí? Gracias por comentar. Y perdón porque tenía comentarios moderados :(... (y sin saber)
EliminarEspléndido, como siempre!
ResponderEliminarMuchas gracias... (me tenías que haber avisado que esto no iba...)
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