NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


Licencia de Creative Commons
Alex Florentine

CORRE, CORRE... QUE NOS COGEN


 



Por fin, un lugar que podría servir. Pero necesitamos cerrar con algo esta entrada.
Doblados, jadeando, intentando coger el resuello y con nuestras manos apoyadas sobre los muslos, valoramos la opción.
Mi hermana tira de mí; de una ropa rota, desgastada, más que sucia.... Y cubierta de sangre. Ha visto un autobús. Afirmo, y vamos hacia él. Sabemos lo que nos podíamos encontrar adentro. De mis hombros, bajo la escopeta de caza de mi tío. Mi hermana agarra el bate de béisbol con las dos manos, decidida. Los dos preparados.
Se estrelló contra un árbol, pero una rápida mirada hacia la parte delantera me indica, que podría arrancar. Las puertas están abiertas y en las escaleras hay restos de sangre y algún que otro líquido humano, todo seco. Parece que se han arrastrado y salido de él.
Cada uno decidimos entrar por una de las puertas. Arriba, vemos que en efecto no hay nadie. Al menos, entero. Porque hay un verdadero puré oloroso de miembros, músculos, tendones y masas indefinidas, sobre asientos y suelo.
Ahora, queda lo más difícil; intentar arrancarlo y que con el ruido, no llamemos la atención a los que pueda haber cerca.
Por suerte, son como los de las películas antiguas, lentos.
Soplo y giro la llave, sin pararme a mirar que el conductor no debió de morir en el impacto dada la cantidad de sangre que hay sobre todo el panel, asiento y suelo.
El autobús tose, con gana, como si tuviera el mayor esputo negro de su vida dentro de sí. Nada.
Pruebo de nuevo, y tras unas cuantas toses de tono menos doloroso, arranca. Me cuesta mucho girar el volante, pongo la marcha atrás y se desengancha del árbol con un ruido innombrable.
No es mucho el trayecto hacia la entrada al edificio, pero aparecen una docena de ellos delante y varios más entre las calles.
Mi hermana va hacia atrás. Por allí, está libre. Me guía porque en mi puñetera vida he conducido un vehículo tan grande. Por delante van apareciendo más y el murmullo comienza a meterse, de nuevo, en nuestras cabezas.
Llegamos a la altura de la puerta, maniobro y me cuesta bastante enfocar el mastodonte en la entrada. Cuando medio autobús está adentro, la otra mitad pasa con un ruido similar a unas uñas arañando metal. Mi hermana salta las escaleras y se pone como loca a darme indicaciones.
Conseguimos colocarlo delante de la entrada antes de que ninguno se haya colado. Ahora, queda la parte de abajo. Ella lleva mi escopeta. Apunta a los neumáticos mientras miro hacia el edificio.
¿Qué nos aguardará allí?
 
 Foto: Fregona_laser en Instagram
 

JO, JO, JO... FELIZ KARMA


 



00.05 del 1 de enero de cualquier año.
Me pongo la mochila en la espalda, sobre un abrigo símil piel que a su vez, cubre mi vestido rojo. Los zapatos, de tacón, los llevo en las manos. No es plan de llamar la atención.
En el pasillo, solo escucho mi respiración, tranquila, calmada. Estoy acostumbrada.
Paso por delante del ascensor, voy hacia las escaleras, abro la puerta y afino el oído. A lo lejos, se oye la música, las voces apagadas. Solo son ocho pisos y espero no encontrarme con alguien fumando... O cosas peores. La noche en la que estamos, la sociedad se desenfrena.
***
Me quedan la mitad de pisos por bajar; la música, cada vez se oye más cerca. Pienso bien qué decir. Lo mismo de todos los años. Me sonrío. En cuanto llegue al garaje, al coche, deje todo y entre por la puerta principal, solo quedarán unos 365 días para el siguiente. Y otro año más, para mí.
***
Apoyo la mano en la manilla de la puerta y abro…
Las luces, se apagan de repente, pestañean las de emergencia y alumbran al segundo la estancia a su manera. Pero no veo ningún coche, me veo a mí, frente al espejo del baño, en su habitación y manchada de sangre. Mi cuerpo entero vestido con ella, la de él. Me siento mareada, no soy de asustarme y la sensación no me gusta. En absoluto.
Salgo del baño, sobre la cama está su cuerpo, más rojo que el mío, sobre unas sábanas a las que nunca más podrán devolverles la blancura. Me acerco a la mesita donde están las dos copas de champán, llenas aún, una caja de bombones vacía, dos matasuegras y una bolsita de confeti sin abrir. En el suelo, mis pies se enredan con espumillón brillante. Miro al hombre, ni le cerré los ojos y ahora, parece reírse de mí. Veo el reloj, 23.40.
No sé qué pasa, pero debo de ducharme para salir pitando de aquí cuando más bullicio haya en el hotel.
****
00:05... Salgo de la habitación…
****
23.40... Cuando vuelvo a mirar el reloj en ella unos minutos después.
 
Foto:  cortesía de @Javier (javierra7.6 Instagram)

 

LA MUJER...DE LA RECTA...



 


Avanzamos despacio, hacia las luces de la desierta ciudad. Ahí delante no hay nada y sin embargo, las huellas de vehículos, son recientes.
Hace más de diez minutos que no hemos visto a nadie. ¿Cómo es posible, que haya huellas de neumáticos en la carretera si acaba de granizar?
Abro la ventanilla, y afuera no se oye nada. Como si me hubiera metido hasta el cerebro unos protectores auriculares. Todo está en calma, una calma extraña.
Son las dos de la mañana, enero, regresamos de la sencilla boda de unos amigos.
Es viernes y estamos cansados. Un poco más abajo, está el desvío para llegar a nuestra casa. Bajo la mirada hacia el móvil después de hacer la foto; me encanta la nieve.
Cuando la subo, el aparato cae sobre mi regazo porque mis manos se han quedado sin fuerza.
Las manos de mi marido agarran fuerte el volante, y sus pies se van al embrague y al freno.
Nos miramos, con los ojos como platos y con las bocas abiertas. Nos preguntamos, sin hablar, si los dos estamos viendo lo mismo.
Creo, que sí.
Nuestras cabezas se giran hacia adelante, bajamos los seguros del coche y él pone la marcha atrás. Un pie en el acelerador, levanta el del embrague... Y el coche no obedece. Bajo la vista hacia los pedales, niego con la cabeza. Tampoco hay tanta nieve como para que el coche patine.
Vuelvo a mirar hacia adelante. Ella está más cerca...
A través de su vestido, negro, ¿qué digo negro? Es como un tul transparente... Y a través de él, la carretera sigue. Donde debieran estar sus ojos, tiene dos cuencas oscuras, su nariz es chata, sus labios inexistentes y sus dientes puntiagudos. Lo único claro en la monstruosidad, es su cabello; larguísimo y canoso.
—¿A los muertos les crecen el pelo y las uñas?
Escucho la pregunta de mi marido; un susurro...
El ser se tira encima del capó y comienza a arañarlo con las uñas, intentando subir. Está mojado y no puede. Mi mente, con cierta sorna se pregunta cómo es que resbala si es un espectro…
Son como cuchillas sobre piedra, el ruido es insoportable. Pienso en el coche.... Menos mal que es viejo, pero a ver, qué decimos cuando lo mandemos pintar. Si es que lo hacemos…
Mi marido pone primera, el freno de mano, pisa el embrague y pone el pie en el acelerador. Me mira y afirmo. Levanta el pie del acelerador hasta casi quedarse en el aire, el embrague arriba, el coche quiere salir, sus caballos retumban. Pone la mano en el freno de mano, pulsa y lo baja. El coche, al fin, sale disparado. Pero la nieve recién caída evita que las ruedas agarren al asfalto y va para donde quiere.
La mujer desaparece. El coche está descontrolado... Nos vamos a un lado…
Un bocinazo me despierta. Él aún duerme. Elevo el asiento. La carretera está bastante bien gracias a los camiones de transporte que hacen su turno antes de que las grandes superficies abran sus puertas. Quedan dos horas para que amanezca. Hicimos bien en pararnos cuando comenzó la tormenta. Hubiera sido peligroso ir solos por la carretera.