NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

TIEMPO (1 parte)


 

Estoy solo, ¡maldita sea!

Recién me divorcié, me comí medio mundo y me bebí el otro medio.

Pero de eso ya hace más de 20 años.

Prefiero no decir cuántos tengo tal día como hoy.

Creo que debí de sentar la cabeza cuando tuve oportunidad. Porque en veinte años, fueron dos las que pude tener y que ahora echo de menos.

Dos buenas chicas que sabían lo que querían. Demasiado.

Una de ellas fue administradora también. Un grupo selecto de lectura y “gente culta”. Me aburrí de tanto ver el sol, de los eventos diurnos. De tanta cháchara. Porque las imperfecciones, por la noche, quedan más ocultas.

Yo era un bufón de la oscuridad, de la juerga y el desenfreno. Alguien que iba de lo que no era. Alguien al que adoraban las mujeres (y algunos hombres) por ser un simple administrador de un grupo de Facebook, como le pasaba a ella.

Se dio cuenta y desapareció justo cuando decidió sacarme de su vida.

Demasiado tarde, yo me dí cuenta de que formo parte de ese, aproximadamente, setenta por ciento de gente de “mediana edad” que piensa que la vida es breve, que hay que mirar el presente, no al futuro.

Piensas que la edad no va a hacer mella en ti.

¿Piensas?

Me siento desplazado entre los míos. Si es que tengo míos, porque me dí cuenta de que solo había interés. Y que pronto, te llega el relevo. También me di cuenta de la falta de valores. ¡En la sociedad en general! Qué pena...

Los años me hicieron ver que la vida, según la vivas, pasa factura. Y la mía era de cantidad cuantiosa.

Ya no puedo hacer lo mismo que hace veinte años. Así que soy, lo que se dice “aburrido”.

Porque no sé vivir la vida sin fiestas, sin alcohol y sin mujeres.

El último año solo me acompaña el alcohol.

Nadie de las supuestas amistades cuenta conmigo.

La gente se va. No soy interesante.

Ya soy “mayor”.

Y las mujeres de mi edad, supieron lo que querían mucho antes. Ahora, son felices.

Soy un payaso con el maquillaje corrido…

Morí en el circo de las redes sociales, donde las nuevas generaciones llegan con mejores números.

Viviendo en una furgoneta, ya no me funciona ni el teléfono. No tengo dinero para otro, pido a las puertas de supermercados “la voluntad” y me lo bebo a la noche, cuando no puedo dormir.

Igual que antes, pero sin dientes, mugriento y sin familia. Porque toda renegó de un perdedor, de alguien sin cabeza.

Se olvidaron de mí.

Llega la noche, todos somos sombras. Voy a hacer mi recorrido habitual.

Mañana será otro día en el que dormiré hasta la tarde. 

Mejor, así no pienso.

Muchísimas gracias por leerme.

Y perdón si ofendí ;P

Foto Pexels.

CÉLULA....


 

 

 Ya

Bastó

Conmigo dos intentos ya es demasiado

así que ya no sé qué narices hago derogando mis normas

porque están hechas para cumplir

así que si no te atuviste a ellas, esto ha terminado:

FIN


Me siento ridícula, como si se burlasen de mi persona

y eso me crispa sobremanera

enciende mi lado oscuro

y ya no me apagan ni con tierra.


¿Tengo mala suerte?

O será que doy oportunidades

a quien no las merece o está falto de capacidades.


No lo sé.

Mas ya no pienso.

Porque la vida son dos suspiros

y no merece desperdiciar ni medio

en pensar en algo tan repulsivo como un absceso.

 

Gracias por pasaros ;*

De vez en cuando, algo escribo...

Foto: Pexels.

MALDITA


 

Maldita

Así estaba. Sabía que no podía enamorarse de nadie. Más bien, no debía, porque ese nadie tendría los días contados.

Así, generación tras generación, desde que antaño, una bruja maldijera a una mujer de su familia.

Todos huérfanos, de padre biológico y de los siguientes, si hubiere.

Anabel, a sus treinta y pico años, quería formar una familia; su reloj biológico gritaba queriendo ser madre y ella anhelaba una estabilidad en su vida.

Novios, bastantes, sin que ellos tuvieran opción. Querer, vaya que quiso, amó a algunos, pero no podía hacerles daño.

Se planteaba como egoísmo sus ansias de ser madre porque sabía que tener una niña significaría seguir con la maldición.

Los niños no la sufrían.

¡Pero sí sus hijas!

Su madre llevaba tres maridos muertos. El cuarto fue informado y la tachó de loca, apartándose sin más y haciendo que ella enfermase. Porque así maldijo ella: la mujer que advirtiera sería castigada con una de las enfermedades más temidas y mortales del mundo actual.

Así era, su madre tenía cáncer y una expectativa de vida de menos de medio año.

Recurriría a un vientre de alquiler, ella no alumbraría y no conocería al padre. Nadie saldría perjudicado. Salvo que su hija fuese una niña.

Eso pensaba mientras tomaba un café. Cogió el móvil y marcó el número de teléfono de su madre.

No respondió.

Una punzada en el bajo vientre hizo que resbalase la taza de sus manos.

Al dolor le siguió un flujo sanguinolento que le provocó calor por sus mulsos y goteó en el suelo.

¿Qué pasaba? No le tocaba la menstruación. ¡Y menos de esa manera!

Marcó rellamada mientras se levantaba, y con un paño de cocina, evitó seguir manchando el suelo en su camino hacia el cuarto de baño.

Su madre respondió, estaba en la ducha, recién había salido.

Anabel le dijo que pasaría a verla tras escuchar un “como siempre” a su pregunta apurada de qué tal estás.

Al colgar, las lágrimas resbalaron, silenciosas, por sus mejillas. Algo en su interior le decía que había sido mala idea el fin de semana de hacía casi dos meses con aquel compañero de trabajo llegado desde una provincia, a más de quinientos kilómetros, para coordinar el suyo.

Nunca en su vida había sentido, ni actuado, en la cama, como con él. Aquel deseo no era común en ella.

Hablaban a veces.

Lo tenían todo claro: nada de implicaciones más allá de la cama y el goce.

Abrió un cajón del armario del baño y sacó una prueba de embarazo de farmacia. No era factible, pensaba, porque tomaba la píldora a conciencia.

Pero la eficacia es del noventa y nueve por ciento.

La hemorragia fue cesando.

Esperó en el suelo del baño, sentada, con las piernas encogidas, sobre una toalla teñida de rojo.

Pensó estar viviendo una maldición cuando la pequeña pantalla digital del aparato le confirmó su embarazo.

Él vendría el próximo fin de semana. El viernes habría resultados de empresa y pensaban disfrutar el sábado el uno de la otra.

No le diría nada.

Solo ella sabía que su vida estaba destinada a acabar pronto.

Por otra parte, el puesto de él sería de ella.

Se rió por pensar cosa tan absurda en ese momento, pero siempre había sabido sacar lo positivo de todo.

Se incorporó para ducharse. Tenía una cita con su madre.

Muchas gracias por pasarte.

Foto: Pixabay.