NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

JUGASTE CON FUEGO...



 

El suelo quema mis pies, es gris tirando a negro, casi tanto como mi vestido. El calor que suelta la tierra hace que gotas de sudor se deslicen por mi espalda y me recuerden tus manos. Tu calavera abrasa mi piel como si fuese un trozo de hueso del que hubiera estado sacando caldo.
Buscaremos un cuerpo para ti; un cuerpo humano quemado y herido, con el que pasarás dolor y sufrirás en tu propia sangre lo que has hecho a mi pueblo. Ninguno más ha sobrevivido; ni de los tuyos ni de los míos. Quedamos nosotros dos. Mi poder me permitirá resucitarte, para después matarte. Después, de que lo clames hasta quedar agotado, pues no serás humano pero sí sentirás dolor. Yo decidiré y créeme, tengo todo el tiempo del mundo.
Estas tierras dejarán de ser yermas, el suelo se transformará en arena y volverán los animales. Antes de partir, verás que la vida inunda todo, nacerán pueblos y se levantarán ciudades. Las personas se moverán en carretas autopropulsadas, hablarán unas con otras a distancia; las casas se construirán altas hasta el cielo, habrá pájaros de metal y sobre carriles de hierro volarán carruajes interminables con muchas personas adentro.
He visto el futuro... 

Foto: DarkSouls1 en Pixabay (con retoque)

CORRE, CORRE... QUE NOS COGEN


 



Por fin, un lugar que podría servir. Pero necesitamos cerrar con algo esta entrada.
Doblados, jadeando, intentando coger el resuello y con nuestras manos apoyadas sobre los muslos, valoramos la opción.
Mi hermana tira de mí; de una ropa rota, desgastada, más que sucia.... Y cubierta de sangre. Ha visto un autobús. Afirmo, y vamos hacia él. Sabemos lo que nos podíamos encontrar adentro. De mis hombros, bajo la escopeta de caza de mi tío. Mi hermana agarra el bate de béisbol con las dos manos, decidida. Los dos preparados.
Se estrelló contra un árbol, pero una rápida mirada hacia la parte delantera me indica, que podría arrancar. Las puertas están abiertas y en las escaleras hay restos de sangre y algún que otro líquido humano, todo seco. Parece que se han arrastrado y salido de él.
Cada uno decidimos entrar por una de las puertas. Arriba, vemos que en efecto no hay nadie. Al menos, entero. Porque hay un verdadero puré oloroso de miembros, músculos, tendones y masas indefinidas, sobre asientos y suelo.
Ahora, queda lo más difícil; intentar arrancarlo y que con el ruido, no llamemos la atención a los que pueda haber cerca.
Por suerte, son como los de las películas antiguas, lentos.
Soplo y giro la llave, sin pararme a mirar que el conductor no debió de morir en el impacto dada la cantidad de sangre que hay sobre todo el panel, asiento y suelo.
El autobús tose, con gana, como si tuviera el mayor esputo negro de su vida dentro de sí. Nada.
Pruebo de nuevo, y tras unas cuantas toses de tono menos doloroso, arranca. Me cuesta mucho girar el volante, pongo la marcha atrás y se desengancha del árbol con un ruido innombrable.
No es mucho el trayecto hacia la entrada al edificio, pero aparecen una docena de ellos delante y varios más entre las calles.
Mi hermana va hacia atrás. Por allí, está libre. Me guía porque en mi puñetera vida he conducido un vehículo tan grande. Por delante van apareciendo más y el murmullo comienza a meterse, de nuevo, en nuestras cabezas.
Llegamos a la altura de la puerta, maniobro y me cuesta bastante enfocar el mastodonte en la entrada. Cuando medio autobús está adentro, la otra mitad pasa con un ruido similar a unas uñas arañando metal. Mi hermana salta las escaleras y se pone como loca a darme indicaciones.
Conseguimos colocarlo delante de la entrada antes de que ninguno se haya colado. Ahora, queda la parte de abajo. Ella lleva mi escopeta. Apunta a los neumáticos mientras miro hacia el edificio.
¿Qué nos aguardará allí?
 
 Foto: Fregona_laser en Instagram
 

JO, JO, JO... FELIZ KARMA


 



00.05 del 1 de enero de cualquier año.
Me pongo la mochila en la espalda, sobre un abrigo símil piel que a su vez, cubre mi vestido rojo. Los zapatos, de tacón, los llevo en las manos. No es plan de llamar la atención.
En el pasillo, solo escucho mi respiración, tranquila, calmada. Estoy acostumbrada.
Paso por delante del ascensor, voy hacia las escaleras, abro la puerta y afino el oído. A lo lejos, se oye la música, las voces apagadas. Solo son ocho pisos y espero no encontrarme con alguien fumando... O cosas peores. La noche en la que estamos, la sociedad se desenfrena.
***
Me quedan la mitad de pisos por bajar; la música, cada vez se oye más cerca. Pienso bien qué decir. Lo mismo de todos los años. Me sonrío. En cuanto llegue al garaje, al coche, deje todo y entre por la puerta principal, solo quedarán unos 365 días para el siguiente. Y otro año más, para mí.
***
Apoyo la mano en la manilla de la puerta y abro…
Las luces, se apagan de repente, pestañean las de emergencia y alumbran al segundo la estancia a su manera. Pero no veo ningún coche, me veo a mí, frente al espejo del baño, en su habitación y manchada de sangre. Mi cuerpo entero vestido con ella, la de él. Me siento mareada, no soy de asustarme y la sensación no me gusta. En absoluto.
Salgo del baño, sobre la cama está su cuerpo, más rojo que el mío, sobre unas sábanas a las que nunca más podrán devolverles la blancura. Me acerco a la mesita donde están las dos copas de champán, llenas aún, una caja de bombones vacía, dos matasuegras y una bolsita de confeti sin abrir. En el suelo, mis pies se enredan con espumillón brillante. Miro al hombre, ni le cerré los ojos y ahora, parece reírse de mí. Veo el reloj, 23.40.
No sé qué pasa, pero debo de ducharme para salir pitando de aquí cuando más bullicio haya en el hotel.
****
00:05... Salgo de la habitación…
****
23.40... Cuando vuelvo a mirar el reloj en ella unos minutos después.
 
Foto:  cortesía de @Javier (javierra7.6 Instagram)