marzo 18, 2022 Alex Florentine
(Esta lectura puede herir sensibilidades. Temática de Maltrato)
Le habían dicho que tras aquel vidrio, ella sería invisible.
Pero temblaba como una gelatina con poca consistencia. Faltaba poco para que los dientes, al chocar entre ellos, hicieran eco en aquel cuartito en el que estaba sentada. Sola, con solo su abogada y dos funcionarias de la policía como acompañantes.
Se quitó las gafas de sol bajo el haz del fluorescente del techo. La pupila de su ojo derecho estaba dilatada ante la visión. La del izquierdo, escondida bajo un párpado hinchado, violáceo tirando a verde y gris.
Ante la visión, su abogada hizo una mueca como si a ella misma le doliera el querer pestañear y no poder.
Las dos policías sufrieron un respingo por la columna.
La mujer allí sentada presentaba un aspecto lamentable: una pierna vendada, el cabello cortado al cero, moratones por sus brazos y, bajo una capa de maquillaje en su cara, aún se distinguían los golpes.
Hacía casi dos semanas que toda una dotación de policía había ido a su casa. Ellos y los bomberos.
Al otro lado del vidrio, entre dos personas más, estaba él.
Su marido.
El que la había molido a golpes.
El que la había intentado quemar viva.
El que la había violado con su propio cuerpo y de variadas formas más bajo los efectos propios de una mente nublada a causa de la droga y el alcohol.
Una de las policías fue ordenando uno a uno que se acercasen, y ellos dando un paso, miraban al frente y después se giraban de los dos perfiles. Todos lo hacían siguiendo un patrón, quizás, hasta los mismos segundos, girando como la bailarina de una caja de música. Como si algo allí adentro les marcase el qué y el cuándo hacer las cosas.
Casi se meó cuando volvió a ver más cerca la cara con mirada enfermiza. De su ojo izquierdo salió una lágrima que le causó dolor aún con analgésico. Una lágrima salada y rosada.
Lo tenían bajo custodia en un psiquiátrico. Cuando dieron con él, huía. Intentó quitarse la vida cuando se vio acorralado.
No en vano, él había sesgado una…
Ella se puso la mano en el abdomen y ahogó un grito que salió despacio, como aire, por entre sus hinchados y reventados labios.
Un hilo de voz salió de su garganta: «el número dos».
Fue suficiente.
Las dos mujeres con traje de pantalón azul se movieron. Una avisó de que ya podían retirarse los acusados y la otra entregó unos papeles a la abogada.
***
Ahora, tira de la pequeña manita de su hija. Una niña de cinco años que es el puro retrato de él. Una niña que desconoce por qué su mamá llora delante de esta tumba. La única que no tiene flores. La única que está vieja, sucia y llena de moho negruzco.
Después irán a otra, es rutina, con un ángel labrado en mármol blanco. Al contrario que esta, y aunque mamá también llora, está limpia y llena de flores.
Las flores que todos los sábados por la tarde, su madre y su hermana gemela, llevan al no nacido.
Muchas gracias por pasar y darme un poquito de tu tiempo.
Foto: Anete Lusina en Pexels.