NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

MALDITA


 

Maldita

Así estaba. Sabía que no podía enamorarse de nadie. Más bien, no debía, porque ese nadie tendría los días contados.

Así, generación tras generación, desde que antaño, una bruja maldijera a una mujer de su familia.

Todos huérfanos, de padre biológico y de los siguientes, si hubiere.

Anabel, a sus treinta y pico años, quería formar una familia; su reloj biológico gritaba queriendo ser madre y ella anhelaba una estabilidad en su vida.

Novios, bastantes, sin que ellos tuvieran opción. Querer, vaya que quiso, amó a algunos, pero no podía hacerles daño.

Se planteaba como egoísmo sus ansias de ser madre porque sabía que tener una niña significaría seguir con la maldición.

Los niños no la sufrían.

¡Pero sí sus hijas!

Su madre llevaba tres maridos muertos. El cuarto fue informado y la tachó de loca, apartándose sin más y haciendo que ella enfermase. Porque así maldijo ella: la mujer que advirtiera sería castigada con una de las enfermedades más temidas y mortales del mundo actual.

Así era, su madre tenía cáncer y una expectativa de vida de menos de medio año.

Recurriría a un vientre de alquiler, ella no alumbraría y no conocería al padre. Nadie saldría perjudicado. Salvo que su hija fuese una niña.

Eso pensaba mientras tomaba un café. Cogió el móvil y marcó el número de teléfono de su madre.

No respondió.

Una punzada en el bajo vientre hizo que resbalase la taza de sus manos.

Al dolor le siguió un flujo sanguinolento que le provocó calor por sus mulsos y goteó en el suelo.

¿Qué pasaba? No le tocaba la menstruación. ¡Y menos de esa manera!

Marcó rellamada mientras se levantaba, y con un paño de cocina, evitó seguir manchando el suelo en su camino hacia el cuarto de baño.

Su madre respondió, estaba en la ducha, recién había salido.

Anabel le dijo que pasaría a verla tras escuchar un “como siempre” a su pregunta apurada de qué tal estás.

Al colgar, las lágrimas resbalaron, silenciosas, por sus mejillas. Algo en su interior le decía que había sido mala idea el fin de semana de hacía casi dos meses con aquel compañero de trabajo llegado desde una provincia, a más de quinientos kilómetros, para coordinar el suyo.

Nunca en su vida había sentido, ni actuado, en la cama, como con él. Aquel deseo no era común en ella.

Hablaban a veces.

Lo tenían todo claro: nada de implicaciones más allá de la cama y el goce.

Abrió un cajón del armario del baño y sacó una prueba de embarazo de farmacia. No era factible, pensaba, porque tomaba la píldora a conciencia.

Pero la eficacia es del noventa y nueve por ciento.

La hemorragia fue cesando.

Esperó en el suelo del baño, sentada, con las piernas encogidas, sobre una toalla teñida de rojo.

Pensó estar viviendo una maldición cuando la pequeña pantalla digital del aparato le confirmó su embarazo.

Él vendría el próximo fin de semana. El viernes habría resultados de empresa y pensaban disfrutar el sábado el uno de la otra.

No le diría nada.

Solo ella sabía que su vida estaba destinada a acabar pronto.

Por otra parte, el puesto de él sería de ella.

Se rió por pensar cosa tan absurda en ese momento, pero siempre había sabido sacar lo positivo de todo.

Se incorporó para ducharse. Tenía una cita con su madre.

Muchas gracias por pasarte.

Foto: Pixabay.

AMA


 

 

Me gusta que te doblegues

porque yo ya intuía

que de lo que presumías

es de lo que no eres.

A una guerrera curtida por la vida

no puedes declararle combate

porque yo tengo las armas y la experiencia

y tú, debido a eso,

no irás a ninguna parte.

No me importan los resultados,

me gusta la lógica matemática:

siempre te da la solución,

así que de una manera diplomática:

esta es tu situación.

Obedecerás sin resistencia

a mis deseos

y en mi presencia

no te permitiré ni un titubeo.

Soy mujer de paciencia

porque sé que tu condición requiere entreno

eso sí, sin clemencia

porque soy hermana del trueno.

Si te portas bien

tendrás premio

estar por y para mí, y convertirte en mi único siervo.

 

 Muchas gracias por pasarte por aquí ;)

Ahora, ve a Amazon (jeje).

Foto, Pexels.

NOCHE PICANTE


 


Tras una cena bastante interesante fuimos a un par de pubs de la ciudad donde él insinuó su faceta bailadora.

Cabe destacar, que la música de ahora lleva los mismos ritmos y las mismas coreografías, las cuales, me resultan de interés los primeros diez minutos.

¡Qué le vamos a hacer! Soy un cuasi perfecto ser al que le aburre siempre lo mismo.

Pensad lo que queráis…

Pues lo escrito, tras más de un par de horas de competición de movimientos y alguna que otra muestra de interés recíproca, nos fuimos bajo la lluvia hacia donde tenía aparcado su coche.

Dentro del vehículo, bajo una cortina de agua y de a veces de granizo, no supimos cómo continuar lo que habíamos comenzado estando rodeados de gente.

Eso fue durante los primeros minutos... Si es que llegó al minuto…

Nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas comenzaron a investigar la boca contraria.

Nuestros dientes, a morder labio ajeno.

Los ojos, a brillar. Excitados.

Sus manos comenzaron a medir mi contorno y una acabó en la cara interior de mis muslos, cubiertos por unas medias.

Una de las mías fue más descarada y terminó sobre la cremallera de su pantalón, donde un bulto denotaba el interés que él tenía en mí.

No queriendo quedar atrás tras notar mi mano acariciando su miembro, la suya se deslizó hacia mi entrepierna, pero queriendo ser más atrevido, esta entró por la pernera del mini pantalón que me había puesto esa noche. Sus dedos rozaron un terreno volcánico del que ya emanaba lava. Yo percibí en mi mano la vibración dentro de su pantalón.

El coche parecía tener los vidrios tintados en blanco.

Adentro, la humedad se respiraba y se tocaba.

Se liberó del apretado pantalón y mi mano palpó su calor latente con movimientos ascendentes y descendentes.

Sus dedos apretaban mi monte y en el interior, a veces jugaban a encontrar los pliegues que me hicieron atragantarme al respirar.

Encontró la manera de hacer brotar agua cálida de mi fuente.

Una de sus manos intentó levantar mi camiseta. Yo ayudé con una de las mías dejando libres mis pechos de cualquier opresión, pero entonces, él se adueñó de la espada a la que yo le estaba sacando brillo. A la vez, sentí descorchar mi entrepierna y el deseo hecho líquido se deslizó libre hacia un asiento acerca del cual, yo mostré preocupación.

Me giré y me puse de rodillas sobre el mismo, de lado, mirado hacia él. Incliné mi torso hacia abajo y retiré con cariño su mano. Probé un helado de vainilla en pleno invierno, el cual, por más que metía en mi boca, no se deshacía ni disminuía de tamaño. Cuando me cansé cogí su mano y la volví a poner sobre la entrepierna.

Sus ojos se tornaron vidriosos, como poseídos, mientras aquella mano cogía velocidad al deslizarse arriba y abajo. Comenzó a jadear, y al poco, por entre sus dedos, arroyó lo que por su color y consistencia, hubiera servido para preparar un buen café bombón para desayunar.

Decidimos quedar al día siguiente, es decir, a las pocas horas.

Nos despedimos sin desayunar...



¡Gracias por pasarte! 

Foto:PEXELS.