Eva es hermana de Ángel.
Él está llamando a
la puerta de la casa.
La relación entre
ellos se enfrió porque la que fue su novia, tenía un fuerte
carácter y no se podía hablar de ciertos temas cuando quedaban. Sus
encuentros familiares se convirtieron en momentos molestos.
Eva la dejó hace
justo hoy, siete días, cuando ya había comprado la casa y tenía un
lugar a donde irse.
Trabaja fuera y no
pudo estar a su lado cuando más le necesitaba.
Son huérfanos desde
hace casi una década. Sus padres no regresaron, al igual que todos
los viajeros del autobús despeñado, de un viaje para personas
jubiladas.
Desde entonces, se
veían lo que podían. Hasta que Eva comenzó la relación y él a
sentirse como fuera de lugar. La bendición llegó cuando por causas
laborales, lo destinaron a más de 500 kilómetros.
La chica era y es
una manipuladora. Juega con los sentimientos de las personas y su
hermana, que aún no había superado la muerte de sus progenitores, a
los pocos meses del fatídico accidente, encontró en esa mujer un
apoyo que después sería con condiciones.
El problema fue que
también era su superiora en la empresa.
Y la guerra comenzó
dentro y fuera de casa.
Su hermana adelgazó,
perdió toda ilusión por los proyectos que tenía, aparcó su
máster… Y un largo etcétera que le tenía carcomido.
Con él no iba a
poder.
Volvió a llamar.
Hace treinta minutos
que había hablado con Eva por teléfono, lo espera.
Las campanas del
timbre resuenan entre las paredes de la antigua casa dándole un
lúgubre ambiente.
Cae en la cuenta de
que Tor, su perro, no ladra.
Un respingo recorre
su espalda de arriba a abajo.
Acerca su mano al
pomo de la puerta, y este emite un chirrido cuando lo gira hacia la
izquierda y abre. Un olor a humedad le abofetea la cara. Ningún
pastor alemán sale contento a su encuentro. Tor lo adora, ¿dónde
está?
¿Y Eva?
El acceso es directo
al salón, de un oscuro papel granate haciendo filigranas despegado a
trozos, en las paredes.
Lo cruza y llega a
una cocina desvencijada. Los azulejos están agrietados, algunos en
el suelo.
Algo de grasa añeja
tiñó de marrón los que están sobre la cocina de carbón.
La suela de los
zapatos se pega, es asqueroso.
Con una mueca, pasa
por delante de una puertecita, en dirección al pasillo.
Pero se detiene:
algo hay ahí abajo, en lo que supone sea un sótano. Da un paso
atrás y acerca la oreja a la madera.
Una respiración
jadeante.
En la puerta hay un
pequeño pasador. Y está cerrado por fuera. Por deducción, no
debería haber nada vivo allí adentro.
Su pulso se vuelve
más inestable al acercar su mano al oxidado metal.
Continuará...
Mil gracias por leerme ;)
Fotos: Pixabay.