NOCHE DE REUNIÓN
EVA
Son las 8 de la tarde, se acaba la jornada laboral y tenemos reunión. La reunión de fin de mes para presentar resultados. Ocupo la silla de siempre en la gran mesa rectangular. Me gusta ver las calles desde ella. Afuera llueve y en la oscuridad, las luces de las casas cobran vida como puntitos titilantes, flotando en el cielo.
Compañeros de diferentes departamentos van entrando. Nos vamos saludando. Se van sentando. Tomo el vaso con café —después no dormiré, seguro— y me levanto a mirar hacia abajo desde la undécima planta. La vida en un día lluvioso de invierno, donde pequeños champiñones de colores corretean bajo la lluvia de regreso a sus casas.
Los pies me están matando. Llevo los zapatos negros con tacón de aguja que me elevan a mí y a mi culo, unos cuantos centímetros del suelo. En la sala comienza a formarse un «runrún» de murmullos. Mis compañeros hablan unos con otros. A algunos no les conozco, son de categorías inferiores y no suelo bajar a esos pisos.
«Hoy está tardando más de la cuenta, con la puntualidad que le caracteriza», pienso mirando hacia la puerta continuamente.
Son las 8 y cinco minutos, sigo de pie y por fin, mi Dios entra por la puerta. La cierra, saluda con un gesto a todos y clava sus ojos en los míos. Un instante después recorre mi cuello, mi escote, desabrocha imaginariamente los botones de mi blusa y su aliento eriza mi piel mientras calcula el largo de la falda de tubo de polipiel que esconde su cena. Cuando llega a la punta de mis pies, carraspea y saluda a todos verbalmente levantando la vista y yendo a sentarse en su silla.
SERGIO
Tenemos la reunión de fin de mes. No soy capaz de domesticar un mechón de pelo y en el baño, tardo más de la cuenta. Me refresco después del día de trabajo. Últimos de mes es caótico, menos mal que la tengo a ella. Desde el momento que la vi por primera vez, supe que era lo que estaba buscando.
Tomo un dossier de mi escritorio, cierro el despacho y me dirijo a la sala de reuniones. En el pasillo oigo el murmullo proveniente de allí. Me entra una especie de taquicardia. Nunca me encuentro lo suficientemente preparado para responder ante Eva.
Enfoco la puerta, el murmullo cesa y saludo con un cabeceo a todos. Y allí está, mirando a través de la ventana hacia la nada. Hasta que creo, percibe mi presencia. Entonces, sus ojos miran los míos, sus pupilas se deslizan y tocan mis labios. Es como si sintiera sus manos sobre mis hombros deslizándose hacia mi cuello y tirando de la camisa. Sus uñas rozan mi piel al abrirla. La libera del pantalón y sus palmas se posan en mi abdomen subiendo hasta mis pectorales. Es diestra, totalmente, y el índice imaginario de su mano derecha acaricia mis músculos de la que baja de nuevo hacia la parte inferior de mi cuerpo. Hacia el ornamento final. Siento un latigazo que va desde la punta de sus zapatos hasta la de mi cuerpo. Levanto la cabeza, carraspeo y me dirijo a mi silla, donde me siento. Ella hace lo mismo. Cerca de mí, como siempre. Otra vez nos miramos a los ojos, a los labios. En mi boca se forma más saliva de la cuenta.
EVA
Sergio traga saliva, es algo que le sucede cuando se pone nervioso, produce demasiada. La hidratación hace acto de aparición en los dos, cada uno, donde más debilidad tiene. Ahora nos quedará una hora más o menos, imaginándonos y oyendo sin escuchar a nuestros compañeros. Afuera suena un trueno, retumban los cristales y rompe el silencio de la sala.
Comienza la reunión.
Despertamos de nuestra ensoñación momentáneamente, lo justo para las presentaciones, para dictar el orden en el que hablarán nuestros subordinados. La cámara que vigila, y que está colgada sobre la pantalla de proyecciones, nos sacará del apuro los próximos días. Siempre tengo que hacer lo mismo, visionarla y tomar notas de lo acontecido en la reunión. Pero me gusta, sobre todo, cuando finaliza y todo lo que hemos imaginado se hace realidad sobre la mesa en la que ahora están apoyados mis brazos. Esa mesa de madera que cada mes se hidrata con nuestro sudor y nuestro deseo. La que a veces ahoga mi voz. En la que a veces, sobre su borde, descansan los tacones de mis zapatos. Lo único que él quiere que deje puesto. Y como es mi jefe, lo hago. Siempre dice que soy diestra en mi trabajo, y lo demuestro cada día, como secretaria, amante y esposa.
Colaboración con Cleider Araujo, de Instagram.
Foto: Cottonbro en Pexels
0 comentarios:
Publicar un comentario