NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


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Alex Florentine

NOCHE DE PELÍCULA




 

Sábado noche, fui al videoclub a por la película de siempre. Sí, la que nunca terminamos. Una película cómica y entretenida, pero que no hay forma de terminar... Y eso que dura menos de hora y media.
Es que Jimena, no hay forma con ella. Ella es mi chica desde hace unos tres años. Trabajamos y vivimos a unos cuantos kilómetros y cuando llega el fin de semana pues…
Siempre quedamos en mi casa —yo estoy emancipado y tengo un apartamento— con el propósito de pasar una velada típica casera. Suele traer una tortilla de patatas elaborada por sus manos. Esa sí que me la como. Y ahí viene el problema…
Que la tortilla se acaba, quizás también algún pastel, golosina, algo de postre que haya traído yo o ella.
Se acaba, nos juntamos, y ahí mis ojos se van a su cuerpo. Da igual que venga vestida como para ir a un cóctel o para ir a correr al parque cercano. Sé lo que hay debajo de la ropa y ansío verlo y tocarlo tras casi una semana.
Nuestros hombros se juntan y muchas veces, ella se acuesta de lado y apoya la cabeza en mi regazo. Ahí me lo pone más fácil. Porque mi brazo se apoya en su cintura y mis dedos dibujan por su abdomen probando al poco, otras zonas.
O bien delineo cada centímetro de cadera y deslizo la mano por el melocotón que forman sus nalgas, o voy hacia adelante pidiendo sitio entre sus muslos.
Hoy está siendo una mezcla de las dos acciones. Mi mano se desliza y acaba, después de esquivar su nalga; entre sus muslos y por detrás, atrapada entre sus piernas.
Es verano, y viste con una falda de volantes y una camiseta de tirantes. La primera está toda arrugada en la cintura y la segunda evidencia síntomas de excitación a la altura de sus pechos.
No se mueve un ápice y su respiración es inapreciable esperando mi maniobra. Mis dedos tiran de la cinta de encaje que separa su cuerpo de ellos y se introducen en su interior. Jimena se mueve y respira.
¡Está viva! —chilla Frankestein en la película…

Su mano se dirige a mi cúmulo de sangre y bailamos cada uno con la suya en cuerpo ajeno. Se incorpora dando libertad a mis dedos y se pone de rodillas a mi lado, sobre el sofá. Me mira esperando y con ojos encendidos. Yo llevo un pantalón similar a un bañador de esos hawaianos con flores grandes y de vistosos colores, con goma en la cintura. Sin nada debajo. Sus ojos preguntan a qué estoy esperando y para ayudarme en la decisión, se quita la camiseta. Me faltan segundos para deshacerme de él y ser yo, quien con ojos encendidos, suplique que tome asiento. Jimena no es nada indecisa y al momento atiende mi petición; el encaje de su ropa interior es apartado por sus dedos a la vez que guía mi cuerpo dentro del suyo. Ahora soy yo quien no se mueve un ápice, se me corta la respiración y espero a su maniobra.
Al diálogo de la película le sobrepasan nuestros quejidos; a la imagen de la televisión, su torso brillante por el calor del verano. Mis dedos lo recorren impregnándose de su sal, me inclino hacia adelante, y es mi boca la que saborea su piel absorbiendo como si quisiera secarla.
El tiempo no se me hace tan largo, pero de repente y acompañando a mi explosión, suena la música final. Con el volumen tan alto que ponían en las películas antiguas. Perfectamente sincronizado. Supongo que esté dentro del guion sin quererlo. Inclino la cabeza hacia un lado y veo que salen los créditos en pantalla. Otra vez que no la acabamos.
Jimena coge mi barbilla con la mano, me mira y pregunta:
—¿Quieres volver a verla?
Le digo que sí, pero que alguien tiene que ir hasta el vídeo. Se levanta y con la falda de volantes como si fuese un tutú de bailarina se agacha delante del aparato.
—Déjala, mejor no lo conectes. Total, sería ponerla para nada —insinúo de pie tras ella.

 Foto: @Pixabay en Pexels

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