NOVELISTA. AUTORA AUTOPUBLICADA.


Licencia de Creative Commons
Alex Florentine

BLANCANIEVES Y «LOS SIETE», EN BÚSQUEDA DE SEIS...


 


 —Ya os lo decía yo, que soy Sabio, que «esta» no era como la del cuento, que nos la iba a liar.
—No me digas, si yo era el que estaba «mosca» con su actuación. Además, ¡cómo va vestida! Con razón la Madrastra la echó de casa —añade Gruñón.
—Pues yo estoy feliz, qué queréis que os diga. Es más, incluso, me gustaría no tener que compartir semejante mujer. Y encima, quiere ir a buscar a otros. ¡Insaciable, la chica!
—Fíjate, Feliz, a mí me da igual que seamos muchos. Ando toooodo el día cansado. Así no se puede ir a trabajar después —le replica Dormilón a este.
—Yo lo que quiero es ser el primero, pero se pone como nuestra chimenea en pleno invierno y nos usa a su antojo y desorden —suspira Tímido.
—¿Tú no dices nada? —pregunta Mocoso a Mudito.
Este, menea la cabeza, señala su entrepierna, se pasa la mano por la frente quitándose un sudor imaginario y sopla.
—Vamos, caminad. Ja, ja, ja... Me siento como la Cruella paseando a los perros... ¡Vamos, perritos, a buscar a vuestros amiguitos!
Y así, cantando esta rima, caminaban a través de llanuras y cimas. Blancanieves, en mente tenía encontrar al resto de la familia. Sabía que otros seis existían, cada uno con su particularidad, y debía aprovechar la circunstancia… Pues quizás el príncipe, no tardase en llegar. El cuento es el cuento…

Espero que os haya sacado unas risas. Gracias por pasaros.

SELECCIÓN NATURAL



 

Me duelen los pies, cada vez debo de alejarme más de la zona segura. Caminar de sol a sol, cuando los depredadores son visibles para mis ojos.
Los coches no tienen combustible. Y yo, ya no encuentro ninguno.
Hoy, llueve. Una maldita oscuridad a media tarde ha sumido mi persona en tinieblas.
¿Cómo sé que estoy solo?
¿Cómo saber quién me vigila?
Solo he podido llegar un poco más lejos que la última vez. Mis pies escuecen, la loneta de los zapatos está granate a causa de la sangre que brota de mis destrozados dedos. Ya no tengo antisépticos, casi ni alcohol. Ya no sé si bebérmelo o reservarlo para las heridas.
¿Cómo acabaré mis días?
¿Loco?
¿Tullido?
Mi «huerta urbana» sufre una plaga y tampoco tengo insecticidas.
Los animales son salvajes. Los perros tienen la rabia, los gatos son agresivos como el más fiero león. Arriesgarse a ser mordido o arañado supondría la extinción de la raza humana.
Pero tengo que buscar munición.
Porque tengo que comer. Aunque me transmitan algo. Menos mal, que el fuego y el humano se conocen hace más de millón y medio de años.
Estoy famélico, grisáceo, necesitaría algún tipo de medicamento tipo corticoide, pero ya no hay. No queda. Y algún antibiótico. Solo tengo unas pocas pastillas que se deshacen a causa de la humedad.
¿Qué coño va a quedar medicamento alguno después de cinco años?
Hace esos años que la mayoría de la población pensó que el virus no sería para tanto.
En un principio, pudimos convivir con él, pero se replicó y mutó. Todo fue similar a la astucia digna del mejor protagonista con inteligencia artificial de algún libro de ciencia ficción. Se transmitió entre especies dando lugar a que no se pudiera luchar contra él.
Solo quedó la selección natural descrita por Darwin.
¿Soy el nuevo origen?

Gracias por venir. Abrazo.

Imagen: Pexels (Joao Cabral)


 

SU SEMILLA


 

 (Esta lectura puede herir sensibilidades. Temática de Maltrato)

Le habían dicho que tras aquel vidrio, ella sería invisible.
Pero temblaba como una gelatina con poca consistencia. Faltaba poco para que los dientes, al chocar entre ellos, hicieran eco en aquel cuartito en el que estaba sentada. Sola, con solo su abogada y dos funcionarias de la policía como acompañantes.
Se quitó las gafas de sol bajo el haz del fluorescente del techo. La pupila de su ojo derecho estaba dilatada ante la visión. La del izquierdo, escondida bajo un párpado hinchado, violáceo tirando a verde y gris.
Ante la visión, su abogada hizo una mueca como si a ella misma le doliera el querer pestañear y no poder.
Las dos policías sufrieron un respingo por la columna.
La mujer allí sentada presentaba un aspecto lamentable: una pierna vendada, el cabello cortado al cero, moratones por sus brazos y, bajo una capa de maquillaje en su cara, aún se distinguían los golpes.
Hacía casi dos semanas que toda una dotación de policía había ido a su casa. Ellos y los bomberos.
Al otro lado del vidrio, entre dos personas más, estaba él.
Su marido.
El que la había molido a golpes.
El que la había intentado quemar viva.
El que la había violado con su propio cuerpo y de variadas formas más bajo los efectos propios de una mente nublada a causa de la droga y el alcohol.
Una de las policías fue ordenando uno a uno que se acercasen, y ellos dando un paso, miraban al frente y después se giraban de los dos perfiles. Todos lo hacían siguiendo un patrón, quizás, hasta los mismos segundos, girando como la bailarina de una caja de música. Como si algo allí adentro les marcase el qué y el cuándo hacer las cosas.
Casi se meó cuando volvió a ver más cerca la cara con mirada enfermiza. De su ojo izquierdo salió una lágrima que le causó dolor aún con analgésico. Una lágrima salada y rosada.
Lo tenían bajo custodia en un psiquiátrico. Cuando dieron con él, huía. Intentó quitarse la vida cuando se vio acorralado.
No en vano, él había sesgado una…
Ella se puso la mano en el abdomen y ahogó un grito que salió despacio, como aire, por entre sus hinchados y reventados labios.
Un hilo de voz salió de su garganta: «el número dos».
Fue suficiente.
Las dos mujeres con traje de pantalón azul se movieron. Una avisó de que ya podían retirarse los acusados y la otra entregó unos papeles a la abogada.
***
Ahora, tira de la pequeña manita de su hija. Una niña de cinco años que es el puro retrato de él. Una niña que desconoce por qué su mamá llora delante de esta tumba. La única que no tiene flores. La única que está vieja, sucia y llena de moho negruzco.
Después irán a otra, es rutina, con un ángel labrado en mármol blanco. Al contrario que esta, y aunque mamá también llora, está limpia y llena de flores.
Las flores que todos los sábados por la tarde, su madre y su hermana gemela, llevan al no nacido. 

Muchas gracias por pasar y darme un poquito de tu tiempo.

Foto: Anete Lusina en Pexels.

UN TRABAJO FÁCIL


 


Me paro, apoyo las manos en las rodillas y me inclino levemente. Me cuesta respirar. Mi corazón late desbocado haciendo que hasta el pecho me duela.

Allá arriba se quedó mi resuello, pero nada más.

¡Lo hice!

Creía que no iba a poder porque cuando me ofrecieron el trabajo y la vi, pensé que el ángel más hermoso había bajado del cielo.

No podía creer lo que me contaron de ella. ¿Cómo podía ser posible? Pero descubrí que sí que era cierto y muy posible. A medida que fui siguiéndola, también fui enterándome de que las apariencias, siempre engañan. Me habían contratado para deshacerme de ella y no debía mezclar trabajo con placer por mucho que me llamara su perfecto cuerpo sin alas.

Cuando recobro una respiración medianamente normal, mis acartonadas manos, embutidas bajo unos guantes de cuero de color negro sacan de uno de mis bolsillos traseros del pantalón, el teléfono móvil.

Tecleo que está hecho y que como en todos mis trabajos, no existe prueba alguna que me inculpe.

Ella responde que me espera en casa.

Sí, no debí, pero la curiosidad de tener a un ángel se me antojó demasiado atrayente. ¿Qué va a sucederme, si ya la conozco?

Gracias por vuestro tiempo. 

Foto, mía.

LAS REGLAS DEL JUEGO


 



Mi piel aún está perlada de gotitas de agua. Acabo de salir de la ducha solo cubierta por la toalla de lavabo del hotel. Tras de mí, la tarima refleja las huellas de mis pies mojados a la vez que un pequeño charco se va formando a causa del agua que resbala por mi cabello.
Tengo por costumbre relajarme dando unas caladas a un cigarrillo tras tener sexo. Normalmente, lo hago en la cama, pero hoy es diferente.
Lo conocí anoche, en la sala de juego del mismo hotel donde me registré.
Sabía que estaría allí jugando a la ruleta, un juego en el que siempre se jactó de tener suerte, pero no era suerte en sí, sino simple estrategia matemática que le salía bien. Todo se basa en doblar la cantidad apostada cuando se pierde. Normalmente sí que recuperas el capital invertido.
Poseo muchas cualidades y una de ellas es conocer y practicar yo también esa técnica. Otra, observar todo lo que me rodea. Mi cabeza es un continuo cálculo matemático con resultados, en su mayoría, satisfactorios.
Cómo no, se fijó en mí. En mi forma de jugar, mi dominio, y mi indumentaria.
Anoche tocó jugar todo al rojo. Vestido de ese color, con toques brillantes, zapatos de tacón y carne bronceada al descubierto. Una peluca de pelo natural y de color negro como la misma noche cambiaba mi apariencia considerablemente. El rojo y el negro siempre casan bien.
Nos cruzamos unas palabras, me invitó y le invité. No me gusta ser la típica, odio ser la típica. Así que según recuerdo, me quedó a deber una consumición. Nos presentamos y acabamos jugando juntos, riéndonos y disfrutando de nuestra «suerte».
Le seguí la corriente y alegué no tener hambre cuando me invitó a cenar. Le dije que me hospedaba allí y que tenía sueño. Su mirada le descubrió.
Subimos y abrí la puerta. Giré la cabeza y le sonreí. Él pasó detrás de mí y cerró. Yo me quede quieta, esperando… Un poco, porque se lanzó a mi cuello y me agarró como un lobo hambriento. Le dejé, me gustaba su cuerpo y me atraía lo suficiente.
Me empujó contra la pared de la entrada y el bolso se deslizó de mi mano para con esa y su par, asir sus nalgas. Las suyas bajaron hasta mi escote y en el borde del vestido hicieron fuerza. Retiré mis manos de su culo y me bajé la cremallera trasera del vestido. Mis senos libres fueron, en milésimas de segundos, cubiertos por sus cuidadas manos. Su boca buscaba con ansia la mía. Mis manos, con ganas similares, buscaban algo dentro de su pantalón. Me deshice de la parte inferior de su ropa mientras él me dejaba a mí sin el vestido. A su vez, parte superior e inferior de mi indumentaria.
Se quedó dubitativo, le cogí la mano y tiré de él hacia la habitación. Lo empujé y se cayó de culo sobre la cama. Como una pantera, me subí encima y quedó tumbado de espaldas. Sonrió. Sabía ya de qué pie cojeaba, como dice la expresión.
Comenzamos con un sexo salvaje en el que yo marqué el principio para acabar con un final más romántico en el que… ¿Me aburrí?
Puede… Ya pensaba en el siguiente trabajo.
Y aquí estoy. Apagando el cigarrillo y mirando la aplicación de mi banco en el móvil. Como siempre, puntuales con la transferencia.
Ahora toca deshacerse de la documentación falsa y pasar por recepción con mi color de cabello natural.
Voy al baño a secármelo.
Un baño, en el que vuelvo a abrir el agua del grifo de la ducha para que se lleve los restos rojos del sumidero. Lo único que delataría mi paso por la habitación.

Muchísimas gracias, como siempre, por pasarte por mi blog. Un besito ;*

PIRATAS EN RETIRO...


 


Con las manos, agarrando una botella de ron y un crucifijo, uno a uno y bajo su atenta mirada, sellaron en su día la Charte Partie (código de conducta pirata) antes de embarcar en el majestuoso naviero.
En medio de un mar bravío; tras días de sol, noches de alcohol, media docena de barcos abordados y escasez de alimentos, la tripulación comenzó a sublevarse.
No salía de su camarote. Aún quedaba para llegar al destino y esperaba no perder a muchos hombres en las peleas. Menos mal que su media docena de fieles velaban por su integridad y su nave. Eran muchos años juntos, y grandes y majestuosos tesoros encontrados que los habían hecho ricos y temidos.
Debería de dejarlo, pero oír su nombre de labios temblorosos le ocasionaba demasiado placer.
Tomó un trago observando el mapa, extendido sobre la mesa, frente a sí.
Pobres desdichados, si no se mataban entre ellos, acabarían abandonados en la isla con agua y un poco de pólvora.
«Deshechos», pensó.
Hacía dos días que había ordenado tomar cartas en el asunto y diez hombres habían sido arrojados al mar por desobediencia.
Dos habían incumplido la primera regla cogiendo y bebiendo licores cuando se había establecido el racionamiento de alimentos y todo tipo de líquidos.
Dos a causa de la segunda, ya que habían robado unas cuantas monedas de plata habiendo sido castigados con la pérdida de sus orejas. Por infortunio, se habían gangrenado y estos, habían optado por lanzarse solos por la borda.
Dos habían jugado a las cartas, escondidos (eso podía pasarse), pero con dinero.
Los otros cuatro habían sido arrojados por esconderse en algunas zonas del barco cuando estaban batallando. Los cobardes no tenían cabida allí.
Sabía que iban a tener problemas porque la tripulación estaba harta del reparto de los tesoros que había decidido. Ella y su ayudante ganaban dos partes de cada botín. El maestre, contramaestre y cañonero, una parte y media, y el resto, una parte y poco más.
Su segundo de a bordo dormía en la litera. Se giró y observó su piel brillante y bronceada. Su torso musculado, con cicatrices y tatuajes... En su mayoría letras. Las iniciales de sus víctimas. Se conocían de hacía mucho. Cuando intentó acabar con ella. Le obligó a grabarse su inicial. Pero no con tinta, sino con un hierro candente, como al ganado. Y esa “A” sobresalía roja y rosada, arrugada, sobre su pecho, encima de su corazón.
Se levantó y se cerró el corpiño, acabó de otro trago el ron y, desnuda de cuerpo para abajo, volvió a meterse bajo la manta al calor del hombre. Este refunfuñó, se giró, la abrazó y sonrió.
—Debemos de pensar cómo deshacernos de la tripulación si es que encontramos el tesoro.
Ella sonrió.
«Tengo todo decidido», pensó.
Aquel tesoro no quería repartirlo. Pensaba en retirarse, pero no se lo había dicho a nadie. Quizás se hiciera un tatuaje honorífico.

Gracias por pasarte y comentar ;*.

FOTO:MaxterTux en Pixabay