EL CAMPOSANTO
agosto 05, 2021 Alex Florentine
El estruendo de los pájaros me despierta. Miro por la ventana y constato una neblina considerable. A lo lejos, en nuestro cementerio particular, creo ver una silueta. Con la colcha por capa y sin despertar a nadie, bajo la escalera, tomo una linterna de un cajón del taquillón de la entrada, y abro la puerta.
Unos cuantos cuervos
se espantan. Ahora, me acompañan. El suelo susurra mis pasos. Por
contra, los árboles están mudos. Siento y oigo mi respiración.
Quizás, no debiera haber salido sola del caserón. Hace solo cuatro
días que nos hemos mudado. El cementerio privado fue algo que nos
llamó la atención el primer día, pero tenemos tanto que hacer en
la casa, que no hemos vuelto a bajar hasta aquí. Hay una pequeña
portilla, oxidada, medio inclinada; abierta. Los pájaros se colocan
formales sobre la verja que rodea el pequeño cementerio. Se callan,
ni un graznido. Los susurros de mis pies, cesan. Los árboles siguen
callados.
Escucho, y nada. Los pájaros están tranquilos, y deduzco, que de haber alguien, no lo estarían. Con el haz de la linterna ilumino todo. Nada se mueve. Hace frío y decido regresar a la casa. Me doy la vuelta y alumbro el camino de regreso. Salgo de la espesura del bosque y miro al frente. ¿Dónde está la casa? Entrecierro los ojos y fuerzo la vista. Camino un poco más; seguro es por la niebla. Me giro e ilumino a mi alrededor. Nada.
Gracias especiales a mi artista y amiga, Lola Domínguez, por poner mi cabeza en funcionamiento.
APOCALIPSIS
agosto 01, 2021 Alex Florentine
Los desplazamientos en cualquier medio por carretera fueron prohibidos. Casi no podías ir ni a un kilómetro de tu casa para comprar alimentos. Si lo hacías caminando, también te podían parar. Entonces, te preguntaban a dónde ibas. Te exigían fotografías de tu frigorífico, alacena, despensa y similares; para justificar, que estuvieras en la calle.
Subieron las tarifas de luz y gas, agua, e internet. Dijeron, que era por la demanda y para poder mantener las infraestructuras. Sin embargo, esos servicios, cada vez tenían más caídas.
Decían que el sol te podía derretir la cara como si fueras de cera. Pero no se ponían de acuerdo en qué lugar y hora del mundo, podía suceder eso. De toda la gente que conocía, esta a su vez, no conocía ningún caso cercano.
Por lo visto, los síntomas comenzaban por la piel, que te empezaba a picar como si te hubieras caído entre ortigas. Después sentías comezón, y al llevarte las manos a la cara, estas se acababan hundiendo en ella con la facilidad a como las hundirías en una bechamel para croquetas.
Pasó el tiempo, necesité víveres, y se me antojaron otros artículos que me apetecía tener, y que estaba en mi derecho de adquirir. Así que, me fui por la orilla de la carretera; por la hierba que ahora pastaban las vacas, caballos y cabras ,que campaban a sus anchas por la ciudad. Las tiendas seguían abiertas decían que, «para lo básico». Y lo básico en mi caso, era un ordenador con el que hacer lo que tenía pensado.
En el camino me encontré a algunas personas, ni palabra nos cruzamos. También teníamos prohibido hablar. Era demasiado pronto para que nos pararan, amanecía, y a esas horas todavía no salían a patrullar. En mi móvil llevaba un justificante para poder entrar a la tienda de electrónica porque se lo tendría que presentar al guardia que estuviera en la entrada. En el bolso de la chaqueta, mi identificación como miembro del consejo de Investigación Científica.
No me giré cuando la última persona con la que me crucé, comenzó a chillar. Apuré el paso. Llegaba la hora y este, era el lugar que me habían dicho.
Gracias, Lola, por motivarme con tu arte. La podéis seguir en;
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